Capítulo 2: Kaelen - El Peso del Acero y la Carne
El calor golpeaba a Kaelen Reyes como una pared sólida, un asalto físico que se sumaba al peso implacable de las dos gravedades de Aethelgard. El aire en la fundición del Distrito Kratos era espeso, cargado con el olor acre del metal fundido, el hedor químico de los refrigerantes industriales y el polvo fino que cubría todo con una capa grisácea. El estruendo era ensordecedor: el rugido de los hornos, el chirrido de maquinaria antigua bajo tensión, el impacto metálico de las herramientas y los lingotes al caer.Kaelen, con el torso desnudo y brillante de sudor y hollín, movía una pinza industrial masiva, guiando un crisol incandescente que se balanceaba peligrosamente sobre un molde. Sus músculos, ya densos por la adaptación generacional a la gravedad del planeta, se tensaban como cables de acero bajo el esfuerzo extremo. Cualquier error, cualquier vacilación, y el metal líquido y furioso lo consumiría a él y a cualquiera lo suficientemente desafortunado como para estar cerca.Vertió el metal fundido con una precisión nacida de la práctica brutal, el resplandor anaranjado iluminando su rostro impasible. A su lado, otro trabajador, más joven y delgado, tropezó bajo el peso de una carga menor, ganándose un gruñido gutural del capataz – una mole de músculos y grasa con ojos pequeños y crueles. Kaelen ni siquiera miró. La debilidad aquí era una sentencia. Él se concentraba en su tarea, en el ritmo agotador, en sobrevivir al ciclo.Cuando la sirena finalmente aulló, señalando el fin del turno, Kaelen soltó las manijas de la pinza, sus manos agarrotadas y doloridas. El alivio no era placer, solo la ausencia momentánea de esfuerzo extremo. Recogió su paga – unos pocos créditos de baja denominación lanzados sobre un mostrador grasiento, seguramente menos de lo que le correspondía, pero discutir era arriesgarse a una paliza o al despido. No valía la pena. Hoy no.Salió al exterior, al crepúsculo polvoriento del Distrito Kratos. Las ruinas de edificios bombardeados en alguna guerra olvidada se alzaban como dientes rotos contra el cielo rojizo por la contaminación. Refugios improvisados hechos de chatarra y plástico se aferraban a las estructuras en pie. El aire era apenas más respirable que en la fundición, pero al menos estaba (ligeramente) más fresco.Se movía por las calles destrozadas con un paso pesado y deliberado. Su presencia física era una armadura silenciosa. Los carroñeros y los matones de poca monta desviaban la mirada. Sabían reconocer a alguien que no era presa fácil. Ignoró los gritos de una pelea de bandas en un callejón cercano, el sonido amortiguado de disparos esporádicos en la distancia. Ruido de fondo.Un dolor agudo en el antebrazo le recordó el roce con una pieza de metal dentada durante el turno. Miró hacia abajo. Un corte feo, no profundo pero sí sangrante, ya rodeado de la omnipresente mugre del distrito. Necesitaba limpiarlo antes de que la infección hiciera su trabajo. Cambió ligeramente de rumbo, dirigiéndose hacia una de las pocas constantes en su vida precaria.La "clínica" de Lena Petrova era apenas una habitación en la planta baja de un edificio parcialmente derrumbado, pero la puerta estaba reparada y el interior, visible a través de una ventana cubierta con plástico translúcido, estaba sorprendentemente limpio y ordenado. Lena estaba dentro, atendiendo a una mujer mayor con una tos persistente.Kaelen esperó fuera, apoyado en la pared desconchada, observando el flujo y reflujo de la vida desesperada del distrito. Vio a un par de matones de la banda local, los 'Perros de Escoria', acercarse con aire amenazante. La mirada fría y directa de Kaelen bastó para que dudaran y siguieran de largo, murmurando insultos ahogados. No buscaba problemas, pero no retrocederían ante ellos si amenazaban este pequeño santuario.Cuando la mujer mayor se fue, Lena le hizo un gesto para que entrara. El olor a antiséptico era casi abrumador después del hedor de Kratos. Lena, con su expresión seria y sus manos eficientes, examinó el corte sin decir palabra al principio."Metal oxidado otra vez, Kaelen?" Su voz era tranquila, práctica, con un matiz de cansancio. "Un día de estos, te traerán aquí en pedazos por culpa de esas chatarrerías mortales."Él solo emitió un leve gruñido mientras ella limpiaba la herida con una solución que picaba como el infierno. Él no se inmutó."Necesita puntos," dijo ella, preparando una aguja e hilo esterilizados. "¿O prefieres esperar a que se te caiga el brazo?"Él se encogió de hombros mínimamente, un gesto que ella interpretó como consentimiento. Mientras ella cosía con habilidad, sus miradas se cruzaron brevemente. Había respeto allí, una comprensión silenciosa forjada en la brutalidad compartida del distrito. Él sabía que ella era una de las pocas luces en ese lugar oscuro. Ella sabía que él, a pesar de su rudeza y violencia, a menudo era quien mantenía a raya a los lobos de los más débiles.Cuando terminó, aplicó un vendaje limpio. "¿Algo más?"Él negó con la cabeza, dejó unos pocos créditos sobre la mesa –más de lo que ella probablemente esperaba– y se dio la vuelta para irse."Cuídate, Kaelen," dijo ella suavemente a su espalda. Él no respondió, pero el ligero apretar de su mandíbula fue su única señal de haberla oído.Su refugio actual era el sótano de una biblioteca bombardeada, un espacio húmedo y oscuro entre estanterías volcadas y libros carbonizados. Mejor que la calle abierta. Se sentó en el suelo polvoriento, sacó un trozo de pan duro y una tira de carne seca de origen dudoso. Comió mecánicamente, sin placer, solo combustible.Miró a su alrededor, a la desolación. Recordó los rostros demacrados de los niños que había visto hurgando en la basura, la mirada vacía de los ancianos olvidados. Recordó las palabras de sus padres, fragmentos confusos de un tiempo anterior, de una promesa de algo mejor, de proteger, de construir. Aquí, en Kratos, esas ideas parecían un chiste cruel. Su fuerza solo servía para sobrevivir un día más, para mantener a raya a los depredadores un poco más. La rabia, fría y pesada, se asentó en su estómago junto al pan duro.Fue entonces cuando la luz azul apareció.Flotando frente a él, nítida contra la oscuridad del sótano, la misma caja translúcida.[Inicializando Sistema...]La reacción de Kaelen no fue de pánico, sino de alerta instantánea. Dejó caer la carne seca. Sus músculos se tensaron, listo para el combate. ¿Un nuevo tipo de arma? ¿Tecnología de vigilancia? ¿Algún truco de una banda rival?El texto cambió.[Bienvenido, Usuario Kaelen Reyes.]Entrecerró los ojos. Su nombre. Esto era específico. Intentó apartar la imagen con un manotazo rápido y brutal. Su mano atravesó el holograma sin efecto. Gruñó, una vibración profunda en su pecho. Se puso en pie lentamente, rodeando la imagen flotante, buscando una fuente, un proyector, cables. No había nada. La luz emanaba de la propia caja de texto.Se detuvo, observándola con una concentración feroz. No entendía qué era, pero era real para sus sentidos. Y persistía. En el Distrito Kratos, algo que no podías destruir o ignorar, tenías que evaluarlo.Amenaza. Oportunidad.La caja azul flotaba inmóvil en el aire polvoriento, esperando su siguiente movimiento en un juego cuyas reglas aún no conocía.Fin del Capítulo 2.