Miguel miró fijamente al anciano frente a él.
Esta vez, estaba sentado.
El guardia de la puerta lo había llevado a una especie de estudio para encontrarse con quien Miguel suponía era el mayordomo de la casa noble a la que había entrado.
Al principio, el mayordomo lo había mirado con perplejidad, dirigiéndose al guardia a su lado en lugar de al propio Miguel.
El hombre no era irrespetuoso, pero su mirada era desdeñosa.
Sin embargo, en el momento en que supo que Miguel llevaba un símbolo de la corte real —la primera vez que Miguel se dio cuenta de lo que realmente era el objeto que el Mago Lian le había dado— la actitud del mayordomo cambió drásticamente.
Su desdén desapareció, reemplazado por un respeto inmediato y sincero.
Cuando confirmó que Miguel había venido específicamente por el Mago Lian, su deferencia solo se profundizó.
Afortunadamente, no hubo charla innecesaria.