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Después de que la ola inicial de miedo se desvaneció, los pensamientos de Miguel comenzaron a ir más allá del pánico y la precaución. Ahora podía pensar con más claridad.
Como este momento, por ejemplo.
—Dejando de lado cualquier otra habilidad que ese monstruo pueda tener, hay dos de las que estoy seguro —murmuró, con un tono bajo y extrañamente tranquilo—. Y ambas son terriblemente poderosas.
La primera era su capacidad para controlar a los muertos.
A primera vista, se parecía a la nigromancia, pero era fundamentalmente diferente. La criatura no reanimaba cadáveres. Manipulaba la conciencia persistente de los muertos.
La segunda habilidad era aún más aterradora: podía matar atacando y destruyendo la conciencia directamente.
—De hecho... tal vez no sean dos habilidades después de todo —murmuró Miguel, con el ceño fruncido—. Podría ser solo una, aplicada de diferentes maneras.
La idea se sentía cada vez más plausible cuanto más la consideraba.