—¿Llegarías tan lejos para demostrarme quién manda, eh? —pregunto con voz baja y amenazante mientras doy un paso más cerca.
Su sonrisa burlona solo se ensancha, y puedo ver el desafío en sus ojos - esos profundos pozos azul cristalino que parecen brillar con diversión.
—¿Incluso arriesgarías tu propia vida por esto? —Mi mirada baja hacia el sable en mi mano, cuyo filo brilla peligrosamente bajo la luz.
—Oh, por favor —se burla, descartando mi preocupación con un gesto arrogante de su mano—. Mi vida no estará en riesgo en absoluto.
—Ponte tu armadura, Ayame —ordeno en un tono firme y exigente.
Ella no se mueve.
En cambio, da un paso lento y deliberado hacia adelante con sus pies descalzos apenas haciendo ruido en el suelo, y solo se detiene cuando estamos tan cerca uno del otro que nuestros pechos se tocan. Ayame entonces arquea su cuello para mirarme con una sonrisa desafiante y confiada.
Lanza su desafío:
—Oblígame, Quinlan.