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Tenía que reconocérselo, sus instintos eran agudos. Sin embargo, tampoco podía dejar que se diera placer así. Quería que mi amada samurái estuviera completamente a mi merced, así que cruelmente separé sus muslos entrelazados con mis propias piernas, separándolos a la fuerza.
—Grrr... —gruñó Ayame, pero luego cambió rápidamente su enfoque mientras me miraba con ojos suplicantes y caídos. Sabía muy bien que sus amenazas no me importaban, así que rápidamente se dio cuenta de que rogarme con ojos llorosos tenía muchas más posibilidades de éxito.
Esta vez no, mi adorable amante. Hoy, vamos a llegar hasta el final.
Una vez que estuve satisfecho acariciando sus axilas con mi lengua, continué donde lo había dejado mientras dejaba una lluvia de besos comenzando por sus costillas, plexo solar, esternón, abdomen superior, y luego llegó el ombligo donde me detuve por un breve momento antes de sumergirme, lamiendo fervientemente su ombligo hasta dejarlo limpio.