No llevábamos mucho tiempo en la carretera cuando Isabella recibió una llamada. Detuvo el auto a un lado del camino. Empecé a entrar en pánico pero no lo demostré. Esperé a que dijera algo pero no lo hizo. Después de unos cinco minutos, estaba por abrir la boca cuando su puerta se abrió.
—Todo va a estar bien —dijo ella, saliendo del asiento y dejando que Isaiah se deslizara al asiento del conductor.
Me miró y noté que sus ojos grises aún mostraban ira. Mi corazón se aceleró mientras presionaba mi espalda contra la puerta frente a él. Por un momento pensé que estaba teniendo otro sueño. Mis nervios comenzaron a calmarse cuando vi a Isabella deslizarse en el asiento trasero.
—Relájate, Zira. No voy a hacerte daño —gruñó Isaiah mientras arrancaba, manteniendo su mirada en el camino.