Mi padre caminaba de un lado a otro mientras yo estaba sentado detrás del escritorio observándolo. No había parado de hablar sobre el hecho de que Zira llevaba un lobo blanco. Un lobo que nuestra línea no había visto en cuatro generaciones. Aparentemente, esta era una gran oportunidad para nuestra manada y para hacernos más fuertes, pero yo tenía otros planes.
—Mira, lo único que digo, Isaiah, es que esta es una oportunidad no solo para ti como Alpha, sino para esta manada. Si yo fuera el Alpha, lo haría sin dudarlo —mi padre seguía insistiendo.
—Pero no lo eres, Padre. Lo soy yo —dije, manteniendo mis ojos fijos en los suyos—. Le di mi palabra a Alaia y no voy a retractarme. Ni por ti, ni por el consejo, ni por nadie. —No iba a ceder en esto. Hice una promesa y la iba a mantener.
—Solo piénsalo Isaiah. Es todo lo que te pido.
—Bien. —Me levanté de mi asiento y caminé para abrir la puerta—. Necesito un minuto para pensarlo —dije, indicándole que saliera.