En la imaginación de Luca, los llamados Dioses Antiguos deberían ser seres ocultos en lo alto del cielo, existiendo durante incontables eras, imponentes y vastos, supervisando con calma todos los mundos, exudando un aura de desolación eterna. Como mínimo, deberían parecerse al Señor del Resplandor del Sol o a la Diosa del Alba, con su luz divina deslumbrante e iluminando las eras, capaces de sacudir el sol, la luna, las montañas y los ríos con un simple gesto, sometiendo a miles de millones de seres vivos con su inmenso poder.