Deudas contraídas

—Qué vergüenza... Mikel... —Sylvia gimió y susurró su nombre, apartando la cara, sin querer encontrarse con la mirada del hombre.

—¿Eh? Cariño, es un poco tarde para que actúes toda tímida —Mikel se rió de sus payasadas. Se cernió sobre ella y mordió la punta endurecida de su pezón—. Además... no tienes que hacerlo. Me gusta bastante este lado tuyo impetuoso.

—No estoy actuando, idiota —protestó su voz amortiguada.

Sin embargo, sus palabras no se registraron en el cerebro del diablo mientras estaba ocupado mirando su espalda.

Sus manos arrojaron su largo cabello plateado desordenado que fluía como seda hacia el frente y sus ojos rozaron sobre su piel impecable como el jade.

Extendió su mano, dejando que la punta de su dedo circulara por su espalda, haciéndola arquearse con su toque, y luego bajó para acariciar su suave y firme trasero.

La garganta de Mikel se volvió ronca y su dureza palpitó una vez más mientras disfrutaba de la suavidad en su mano.