Mikel suspiró y levantó sus manos para cubrir las manos de ella que acariciaban sus mejillas y acunaban su rostro.
—No importa lo que pase, nunca confíes en esa mujer —murmuró, sus ojos mirando seriamente a los de ella, con desesperación arremolinándose en la profundidad de su mirada.
¿Estaba hablando de la Reina? Sylvia permaneció en silencio por un momento y luego respondió suavemente:
—De acuerdo. Haré lo que dices. No seré tan descuidada la próxima vez.
Aunque se sentía triunfante por dentro por haber manejado a Priscella esta tarde por su cuenta y no haber caído en sus trucos, no podía importarle menos después de ver la expresión de dolor en el rostro del diablo.
Este tipo de tristeza no le quedaba bien.
—Seré más cuidadosa la próxima vez —repitió sus palabras, poniéndose de puntillas para alcanzar su frente y darle un suave beso.
Mikel se estremeció. Por alguna razón, no encontró su mirada y giró la cabeza.
—Está bien. No habrá una próxima vez.