Roman miró a la chica. Sus pensamientos y su vacilación eran más que obvios para él.
Después de todo, a diferencia de ella que era joven e ingenua, él tenía más de cien años.
—Escucha lo que te estoy diciendo —murmuró chasqueando los dedos frente a Sylvia, tratando de hacer que lo mirara.
Necesitaba transmitir la gravedad de la situación, pero si ella no quería ver lo que estaba justo frente a ella, entonces lo que él dijera probablemente no importaría.
—Antes de que tu novio pueda rastrearte, los viejos estarán sobre ti como hormigas sobre el azúcar.
—No sobrevivirás ni una sola hora, mucho menos un día y no estoy bromeando —Roman suspiró.
—Si no vienes conmigo ahora mismo, es lo mismo que cometer suicidio. ¿Igual que morir? O probablemente peor. No tengo que decírtelo, ¿verdad?
—Y esta vez, estarán preparados para mí. Ni siquiera yo podría salvarte. Bueno, probablemente.
Sylvia apretó los puños. No era estúpida. Todo lo que él dijo, ella ya lo sabía...