Sin saber las palabras intercambiadas entre su padre y su abuelo a poca distancia de ella, Sylvia cerró las puertas de su habitación y salió al jardín.
Su mente estaba tranquila y vacía. Caminó hacia el pequeño estanque con flores de loto.
Se inclinó hacia adelante y levantó la mano para tocar una de las flores. Casi instantáneamente, una ola de energía recorrió su cuerpo, nutriéndola.
Sylvia miró la flor con perplejidad y solo pudo sonreír amargamente. Todo este tiempo había pensado que esto significaba algo, pero aparentemente no era así.
Se recostó en el césped recién cortado mirando al cielo abierto, su mente aún vacía y congelada.
Envuelta en la cálida energía que flotaba de los lotos, Sylvia se quedó dormida.
La suave luz de la mañana se convirtió en el ardiente sol abrasador del mediodía y ella seguía durmiendo pacíficamente.
Solo se despertó cuando Evie la empujó suavemente al atardecer.
—Su alteza, por favor perdóneme —la chica temblaba, haciendo sonreír a Sylvia.