Mientras Gerald salía de su estudio, con la carta del Duque de Valoria aún en la mano, se dirigió a la sala de estar donde Eleanor lo esperaba.
La gravedad de la situación se cernía sobre él como una nube de tormenta, y sabía que esta conversación sería una de las más difíciles que había tenido con su esposa.
Eleanor estaba de pie junto a la ventana, su elegante figura enmarcada por la luz del atardecer. Sus ojos verdes, antes llenos de calidez y bondad, ahora reflejaban una profunda ira y decepción.
Se giró cuando Gerald entró en la habitación, su expresión endureciéndose al ver la carta en su mano.
—Gerald —dijo ella, con voz tensa—, ¿qué dice el Duque?
Gerald respiró profundamente, tratando de controlar sus emociones.
—El compromiso entre Isolde y Lucavion ha sido anulado.
Los ojos de Eleanor se estrecharon.
—Eso era de esperar. Pero ¿qué más? ¿Qué exige el Duque?
La mandíbula de Gerald se tensó, y le entregó la carta.
—El Duque desea un castigo acorde al crimen. Confía en que maneje este asunto con la máxima severidad.
Eleanor leyó la carta, su rostro palideciendo con cada palabra. Cuando terminó, miró a Gerald, sus ojos ardiendo de furia.
—¿Cómo pudo? ¿Cómo pudo Lucavion traer tal deshonra a nuestra familia?
Gerald apretó los puños, conteniendo apenas su ira.
—Lo que hizo es uno de los mayores pecados que un hombre puede cometer. No solo nos ha avergonzado, sino que también ha traicionado la confianza de la familia Valoria. Esta es una mancha en nuestro honor que no puede lavarse fácilmente.
—Y a Isolde además. Una joven tan frágil e inocente. Era como una flor, ¿recuerdas? —habló Eleanor, con la mirada silenciosa.
—En efecto, era como un ángel —dijo Gerald mientras miraba a los ojos de Eleanor—. No necesitas pensar demasiado en tal deshonra.
Eleanor agarró la mano de Gerald, apretándola.
—No te preocupes, no lo haré. A partir de ahora, ya no tendré un hijo llamado Lucavion.
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