En el bosque del campamento de batalla donde Lucavion y su maestro se alojaban, los días comenzaron a difuminarse mientras el entrenamiento de Lucavion se intensificaba.
Con cada amanecer, su determinación crecía, alimentada por las dolorosas pero gratificantes sesiones bajo la atenta mirada del Maestro.
La primera semana fue una prueba de fuego. Los meridianos de Lucavion, antes resistentes y dolorosos, se adaptaron lentamente al flujo de maná. La agonía inicial fue insoportable; cada intento de hacer circular el maná por su cuerpo se encontraba con un dolor agudo y ardiente. Sus músculos dolían y sus huesos se sentían como si estuvieran siendo aplastados bajo una presión inmensa. A pesar del dolor agobiante, Lucavion perseveró, su voluntad inquebrantable.
Su Maestro, el anciano, lo observaba de cerca, ofreciendo guía y aliento. —Supera el dolor, Lucavion. Tu cuerpo se está adaptando. Pronto, el dolor disminuirá.
Fiel a las palabras del anciano, al final de la primera semana, el dolor comenzó a disminuir. Lucavion podía sentir sus meridianos expandiéndose, acomodando el flujo de maná más suavemente. Los caminos antes resistentes ahora se estaban convirtiendo gradualmente en conductos para la energía que extraía del aire.
En la segunda semana, el progreso de Lucavion era evidente. El dolor, ahora un dolor sordo, ya no obstaculizaba su concentración. Podía sentir el maná fluyendo a través de él, fusionándose con su propia energía y circulando por sus meridianos. Cada día, el proceso se volvía un poco más fácil, y su control sobre el maná se fortalecía.
Una tarde, mientras el sol se hundía bajo el horizonte, el anciano se acercó a Lucavion, que estaba profundamente en meditación. —Parece que finalmente te has librado del dolor en tus meridianos —dijo el anciano, con una nota de aprobación en su voz.
Lucavion abrió los ojos, con una sonrisa extendiéndose por su rostro. —Sí, Maestro. Puedo sentir el maná fluyendo libremente ahora.
—Bien. Ahora que tienes control sobre tu maná, es hora de pasar a la siguiente fase de tu entrenamiento. Aprenderás a usar artes de combate. Específicamente, la [Espada de la Caída de la Estrella Vacía] —asintió el anciano.
El nombre de la técnica envió un escalofrío por la columna de Lucavion. La [Espada de la Caída de la Estrella Vacía] sonaba formidable, un testimonio del poder que podía ejercer. Se puso de pie, sintiendo la corriente de maná dentro de él, y asintió ansiosamente.
—Maestro, ¿qué es la [Espada de la Caída de la Estrella Vacía]? —preguntó Lucavion, con la curiosidad despertada.
Los ojos del anciano brillaron con una mezcla de orgullo y seriedad.
—La [Espada de la Caída de la Estrella Vacía] es una técnica que aprovecha las propiedades únicas de tu físico y meridianos, permitiéndote aprovechar la fuerza de las estrellas y el vacío entre ellas. Es una técnica que requiere no solo fuerza física sino claridad mental y control preciso sobre tu maná.
A la mañana siguiente, Lucavion se paró en el claro del bosque, con la niebla matutina aún aferrándose a los árboles. El anciano sostenía una espada de madera reflejando la que Lucavion empuñaba.
—La [Espada de la Caída de la Estrella Vacía] no se trata solo de fuerza bruta. Se trata de precisión, control y comprensión del flujo de energía. Observa cuidadosamente.
Con un movimiento fluido, el anciano blandió su espada. Lucavion observó cómo el aire parecía brillar alrededor de la hoja, atrayendo la esencia del cielo nocturno. El golpe fue rápido y poderoso, la energía concentrada y controlada. Era como si la espada fuera un conducto, canalizando la misma esencia de las estrellas.
—Ahora, inténtalo tú —dijo el anciano, dando un paso atrás.
Lucavion respiró profundamente, concentrando su mente. Visualizó el flujo de maná, atrayéndolo hacia su núcleo y canalizándolo hacia su espada. Mientras blandía la hoja, sintió una conexión, una breve chispa de energía. Pero carecía de la precisión y el poder del golpe del anciano.
—De nuevo —instruyó el anciano, su voz tranquila pero firme.
Día tras día, Lucavion practicó. Sus movimientos se volvieron más fluidos y controlados mientras aprendía a aprovechar el maná y fusionarlo con la energía de las estrellas. Cada golpe se volvía más fuerte, más preciso, el aire brillando con el poder que controlaba.
Pasaron dos semanas, y el progreso de Lucavion era notable. Ahora podía canalizar su maná efectivamente, y sus meridianos ya no eran un obstáculo. La [Espada de la Caída de la Estrella Vacía] se convirtió en más que solo una técnica; era una extensión de sí mismo, una manifestación de su voluntad y determinación.
Una noche, bajo el cielo estrellado, Lucavion estaba listo, su espada en posición. Aprovechó el maná, sintiéndolo fusionarse con la energía de las estrellas. Con un golpe rápido y poderoso, desató la [Espada de la Caída de la Estrella Vacía], el aire brillando mientras la hoja cortaba.
El anciano observaba con una sonrisa satisfecha en su rostro. —Bien hecho, Lucavion. Has dado el primer paso verdadero en tu camino. Recuerda, esto es solo el comienzo. Continúa entrenando y refinando tu técnica. Las estrellas te guiarán.
Lucavion asintió, con determinación ardiendo en sus ojos. —Lo haré, Maestro. Me volveré más fuerte.
Con cada día que pasaba, el entrenamiento de Lucavion continuaba, sus habilidades volviéndose más agudas y su control sobre el maná más preciso. El camino por delante era largo y desafiante, pero estaba listo para enfrentarlo, para aprovechar el poder de las estrellas y tallar su destino.
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Los días y noches de Lucavion se convirtieron en un ciclo de entrenamiento implacable y combate brutal. Bajo la guía de su maestro, perfeccionó sus habilidades con la [Espada de la Caída de la Estrella Vacía], perfeccionando cada golpe, cada movimiento.
Sus noches estaban llenas de los sonidos de espadas de madera chocando y el sereno zumbido del maná fluyendo mientras meditaba, fortaleciendo su núcleo y alineando sus meridianos.
Al amanecer, se unía a su escuadrón en el campo de batalla. Cada día presentaba nuevos desafíos, y cada día los enfrentaba de frente, sin vacilar.
Su determinación y habilidad comenzaron a ganarle el respeto de sus camaradas. Vieron su dedicación implacable, su capacidad para mantener su posición, y su talento con la espada.
Lyra, inicialmente escéptica, observaba su progreso de cerca. Observó cómo luchaba con precisión y control, cómo se adaptaba al campo de batalla siempre cambiante, y cómo nunca flaqueaba, incluso frente a probabilidades abrumadoras.
Notó la fluidez de sus movimientos, la forma en que manejaba su espada con una gracia casi sobrenatural.
Una mañana, mientras el escuadrón se preparaba para otra escaramuza, Lyra se acercó a Lucavion. —Te has probado a ti mismo —dijo ella, su tono desprovisto del desdén anterior—. Tu habilidad con la espada es innegable. De ahora en adelante, lucharás con ella, y trataré de conseguirte una buena espada.
Lucavion asintió, un sentimiento de logro lo invadió. —Gracias, Sargento.
El campo de batalla se convirtió en su campo de pruebas. Con la espada en mano, se movía con una nueva confianza. Sus golpes eran precisos y mortales, su defensa impenetrable. La [Espada de la Caída de la Estrella Vacía] se convirtió en una extensión de sí mismo, una manifestación de su voluntad y determinación.
A medida que las semanas se convertían en meses, la reputación de Lucavion creció. Su escuadrón comenzó a confiar en él, viéndolo como un activo valioso en lugar de una responsabilidad. Su espíritu de lucha implacable los inspiraba, y su habilidad con la espada se ganó su respeto.
Una noche, después de una batalla particularmente agotadora, el escuadrón se reunió alrededor de la fogata. El aire estaba lleno de los sonidos de las llamas crepitantes y el aroma de carne asada. Roderick, quien una vez había sido el crítico más duro de Lucavion, levantó una jarra de cerveza.
—Por Lucavion —dijo, su voz llevando una nota de genuino respeto—. Nos has mostrado lo que es la verdadera determinación. Te has ganado tu lugar entre nosotros.
El escuadrón levantó sus jarras, y un coro de vítores llenó el aire nocturno. Lucavion sintió un sentido de pertenencia diferente a cómo era antes en este escuadrón. Se había ganado su confianza, su respeto y, lo más importante, su aceptación.
Mientras la noche avanzaba, Lucavion se encontró de pie al borde del campamento, mirando las estrellas. Su maestro se acercó, con una sonrisa conocedora en su rostro.
—Has llegado lejos —dijo el anciano, su voz llena de orgullo.
Lucavion asintió, un sentimiento de logro lo invadió. —No podría haberlo hecho sin tu guía, Maestro.
El anciano puso una mano en su hombro. —Recuerda, Lucavion, esto es solo el comienzo. Continúa entrenando para perfeccionar tus habilidades. El camino por delante es largo, pero vas bien encaminado para dominar la [Espada de la Caída de la Estrella Vacía].
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—Estás a punto de alcanzar la segunda etapa pronto —la voz del Maestro interrumpió la meditación de Lucavion, su mano descansando tranquilizadoramente sobre el hombro de Lucavion.
Lucavion abrió los ojos, encontrándose con la mirada de su maestro. Los ojos del anciano contenían una mezcla de orgullo y calidez.
—Has estado practicando muy duro, Lucavion —dijo el Maestro, con una leve sonrisa tocando sus labios—. Tu dedicación y perseverancia son encomiables.
Lucavion asintió, un sentimiento de logro creciendo dentro de él. —Gracias, Maestro. Me he estado esforzando tanto como puedo.
El anciano se sentó a su lado, el aire fresco de la noche lleno de sonidos de hojas susurrantes y llamadas distantes de animales. —Dime, Lucavion, ¿qué te impulsa? ¿Qué alimenta esta búsqueda implacable de fuerza?
Lucavion respiró profundamente, su mente brevemente recordando a sus camaradas caídos y el ardiente deseo de venganza. —Quiero ser lo suficientemente fuerte para proteger a aquellos que me importan, para asegurar que lo que le sucedió a mi escuadrón nunca vuelva a suceder. Y... para vengarlos.
El Maestro asintió, su expresión pensativa. —Un objetivo noble, sin duda. Pero recuerda, la fuerza no se trata solo de vengar el pasado o proteger el futuro. Se trata de entenderte a ti mismo, dominar tu propia mente y cuerpo.
Lucavion miró sus manos, callosas y magulladas por incontables horas de entrenamiento.
—Entiendo, Maestro. He estado reflexionando sobre eso también. Sé que para verdaderamente empuñar la [Espada de la Caída de la Estrella Vacía], debo encontrar mi propósito.
Los ojos del anciano se suavizaron.
—Estás en el camino correcto, Lucavion. Tu progreso ha sido notable. Pero no olvides tomar momentos para ti mismo para descansar y reflexionar. El equilibrio es clave en el viaje de cualquier guerrero.
Lucavion asintió, absorbiendo las palabras de su maestro.
—Lo haré, Maestro. Lo prometo.
Un silencio cómodo se estableció entre ellos, y el vínculo entre estudiante y maestro se fortalecía con cada día que pasaba. El Maestro se puso de pie, extendiendo una mano para ayudar a Lucavion a levantarse.
—Ven, caminemos —dijo—. Hay algo que quiero mostrarte.
Pero justo cuando dijo esto, de repente, los ojos de su maestro se ensancharon.
—¡Lucavion, corre! —gritó el Maestro, su voz llena de urgencia.
Lucavion apenas tuvo tiempo de registrar la orden antes de que una fuerza poderosa lo golpeara, enviándolo hacia atrás. Golpeó el suelo con fuerza, quedándose sin aliento mientras se deslizaba hasta detenerse varios pies más allá. Aturdido, miró hacia arriba para ver a su maestro firme, sus ojos fijos en una amenaza invisible.
El corazón de Lucavion latía con fuerza mientras trataba de comprender lo que estaba sucediendo. La noche estaba quieta, el bosque inquietantemente silencioso. Entonces, de repente, alguien apareció desde los cielos.
¡BOOM!
Cayendo al suelo.
—Por fin te he encontrado, Gerald.
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