Tuve un sueño.
Un sueño donde vagaba solo. No, no estaba vagando solo. Estaba volando por la oscuridad del mar.
En este sueño, sentí una abrumadora sensación de tranquilidad. El vasto y oscuro océano debajo de mí estaba calmo y sereno, sus suaves olas me arrullaban hasta un estado de profunda paz.
Se sentía como si estuviera exactamente donde debía estar, flotando sin esfuerzo en este tranquilo abismo. La sensación era reconfortante, casi como si la misma oscuridad me acunara en su abrazo.
Mientras flotaba, me invadió una sensación de somnolencia. Mis párpados se volvieron pesados, y me permití hundirme más profundamente en el reconfortante abrazo del sueño.
El tiempo pareció perder su significado, y todo lo que existía era el suave ritmo de las olas y el silencioso murmullo del mar.
Pero entonces, algo comenzó a cambiar. Una nueva presencia se hizo notar, una luz que atravesó la oscuridad. Era cegadora, repentina e intensa.