Lothar (3)

—¿Y bien? ¿Alguien más?

El silencio que siguió a la casual pregunta del joven era denso y sofocante. Cada bandido restante en la posada permanecía inmóvil, sus manos suspendidas sobre sus armas, ojos abiertos por el miedo. Nadie se atrevía a moverse. Nadie se atrevía a hablar. La vista de las brutales muertes de sus camaradas había despojado cualquier ilusión de valentía que alguna vez tuvieron.

El joven dejó escapar una suave risa, sacudiendo su cabeza divertido. —Esto es lo que los hace a todos unos campesinos —dijo, su voz goteando desdén—. Cuando una persona débil está ante ustedes, muestran los dientes, gruñen y pretenden ser lobos. Pero cuando aparece uno más fuerte... —Sus ojos recorrieron la habitación, su sonrisa ensanchándose—. Se acobardan como ovejas asustadas.