Redención

Los más tenues indicios del amanecer aún no habían tocado el cielo cuando Lucavion se agitó en su cama. La quietud de la posada lo rodeaba, el suave crujido de la madera y el ocasional susurro del viento eran los únicos sonidos que rompían la calma. Era una rutina que había construido a lo largo de los años: despertar antes que el sol, antes de que el mundo cobrara vida. Lo mantenía agudo y enfocado.

Se vistió rápidamente, poniéndose su desgastado equipo de entrenamiento, y salió silenciosamente de su habitación. El pasillo estaba vacío, la posada aún envuelta en el profundo silencio de la noche. Mientras descendía las escaleras, no se molestó en usar una luz. Sus pasos eran seguros, su cuerpo ya acostumbrado a la oscuridad.