Valeria se quedó inmóvil cuando el filo frío del estoc de Lucavion se cernió a solo centímetros de su cuello. El acero afilado brillaba en la luz menguante, su presencia innegable. Ninguno de los dos estaba sin aliento; no habían usado maná, y ambos habían luchado con la precisión de guerreros experimentados. Sin embargo, a pesar de su habilidad y sus mejores esfuerzos, estaba claro: había perdido.
El frío de la hoja persistió contra su piel, un recordatorio de su derrota. Tragó saliva con dificultad, su orgullo dolido mientras la expresión tranquila de Lucavion permanecía inmutable. Con un movimiento medido, retiró su estoc, la hoja deslizándose de vuelta a su vaina con un suave clic. Su sonrisa se profundizó, pero no había arrogancia en ella, solo esa misma calma inquietante.