Al entrar, el familiar crujido de la pesada puerta de madera de la Dama de Hierro se cerró tras ellos. El cálido y acogedor murmullo de la posada los envolvió, con el aroma de carnes asadas y hierbas mezclándose con el suave murmullo de las voces de otros clientes.
Valeria miró alrededor, buscando instintivamente un asiento ideal y, al ver uno junto al fuego, se dirigió hacia el lado izquierdo de la posada. Mientras tanto, Lucavion se dirigió hacia una esquina diferente a la derecha, atraído por el tranquilo y ligeramente apartado reservado junto a la ventana.
—Lugar perfecto —, —Este sitio parece bien —murmuraron ambos por lo bajo, sus voces superponiéndose mientras se miraban, dándose cuenta de sus elecciones divididas.