El chico se agachó, con las garras flexionadas y listas, su respiración constante y concentrada. Se encontró con la mirada de la caballero de pelo rosa frente a él —esta Valeria— y sintió una quietud inesperada en el aire.
Su postura era sólida, esa gran espada brillando con maná, pero su expresión era indescifrable. Buscó en sus ojos la hostilidad a la que estaba acostumbrado, el gesto de superioridad que había visto en cada oponente antes que ella. Pero no había nada. Su mirada era tranquila y enfocada, pero carente de odio.
Sus dientes se apretaron de frustración. «¿Por qué se quedaba allí parada, mirándolo con esos ojos tranquilos e inquebrantables? ¿Se estaba burlando de él? ¿Pensaba que no valía la pena el esfuerzo?». Un gruñido bajo retumbó desde su pecho, su cuerpo tensándose mientras se preparaba para cargar. Cualesquiera que fueran sus intenciones, no tenía elección. Necesitaba ganar. Esto no era solo otra pelea —era su oportunidad de supervivencia.