Hablo con mi espada

Lira.

Ella había destruido su confianza y hecho añicos su fe en los demás. Su traición no fue solo una herida, fue un incendio que consumió su capacidad de dejar ir. Para él, el control era seguridad. El control significaba que nadie podría lastimarlo de nuevo. Estas llamas, esta espada, eran su manera de mostrarme cómo veía el mundo.

«Ahora lo veo», reflexioné, profundizando mi sonrisa burlona. Su fuego no era solo un arma, era su armadura. Un escudo contra el caos que una vez lo había quemado.

Cambié mi postura, las llamas negras arremolinándose más estrechamente a mi alrededor, sus movimientos caóticos en marcado contraste con el inferno disciplinado de Varen.

—Déjame mostrarte —dije, con voz baja y firme, que se propagaba fácilmente por el campo de batalla—. Algo que está mal con tu fuego.