Ella se movió.
Al principio fue sutil: un rasguño en el suelo, un ligero bajar de cabeza. El desafío en sus ojos brillantes vaciló, no desapareció pero se suavizó, reemplazado por algo más profundo. Lenta y deliberadamente, Aether dio un paso adelante.
El sonido de su casco contra el suelo del establo fue casi ensordecedor en la quietud. Mi respiración se detuvo por un momento, el peso de ese paso más profundo que cualquier carga o golpe que hubiera enfrentado en la arena. No era solo un paso. Era una elección.
Aether hizo una pausa, sus ojos brillantes fijos en mí con una intensidad que hacía vibrar el aire. La tensión entre nosotros cambió, transformándose de una batalla de voluntades en algo completamente diferente: una conversación silenciosa, un entendimiento tácito.
—Ahí está —murmuré, mi voz apenas audible pero llevando el peso de la certeza—. El primer paso.