La posada

La posada junto al mar era una visión de lujo comparada con los rudos alojamientos que Elara y Cedric habían soportado antes de la expedición. Sus suelos de madera pulida brillaban bajo la cálida luz de las linternas, y el aire llevaba un tenue aroma a sal y lavanda. Las olas rompían suavemente afuera, su ritmo un relajante contrapunto al suave murmullo de otros huéspedes disfrutando de las comodidades de la posada.

Elara suspiró contenta mientras se reclinaba en su silla junto a la ventana, saboreando la suave brisa que se colaba por las contraventanas entreabiertas. Por una vez, su cuerpo se sentía más ligero, la promesa de un baño limpio y una cama mullida levantando su ánimo después de la agotadora batalla. El peso del cansancio aún se aferraba a sus miembros, pero era del tipo bueno—el tipo que viene con la satisfacción de haberse ganado el descanso.