Gracias

El campo de batalla finalmente había quedado en silencio, salvo por el débil crepitar del hielo derritiéndose y el lejano estruendo de las olas. El cadáver masivo de la serpiente yacía inmóvil, su forma antes imponente ahora sin vida y fracturada. Los defensores —mercenarios, aventureros y soldados por igual— se movían con cautela a través de las secuelas, atendiendo a los heridos y asegurándose de que los monstruos restantes hubieran sido verdaderamente vencidos.

Elara estaba sentada al borde de la plataforma helada, su bastón descansando sobre su regazo. Su cuerpo dolía con un profundo agotamiento que le llegaba hasta los huesos, pero por primera vez desde que comenzó la batalla, podía respirar libremente. Dejó caer sus hombros, su pecho subiendo y bajando mientras tomaba respiraciones lentas y medidas. Su magia de escarcha había agotado sus reservas de maná, y la tensión del hechizo final aún la dejaba mareada.