Espadas Desenvainadas

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Elara se congeló a mitad de la frase cuando vio a Cedric acercándose por el rabillo del ojo. Sus pasos eran deliberados, su expresión una cuidadosa máscara de neutralidad que hacía poco por ocultar la tensión latente en su postura. Abrió la boca para decir algo, cualquier cosa, para disipar lo que presentía que se avecinaba, pero antes de que pudiera, Cedric ya estaba a su lado.

Se detuvo justo frente a Luca, su imponente figura proyectando una sombra que se sentía más pesada de lo que debería. Luca, por supuesto, no se movió. Ni siquiera se enderezó de su postura relajada contra la barandilla. En cambio, miró a Cedric con la misma sonrisa irritante, sus ojos afilados rebosantes de diversión no expresada.

—Cedric... —comenzó Elara, pero Cedric la interrumpió con una voz baja y firme.

—Luca, ¿verdad? —dijo Cedric, su tono cortés pero firme, su mirada inquebrantable mientras se clavaba en el otro hombre.