Promesa (2)

Silencio.

La tenue luz de la cueva apenas se reflejaba en la superficie del espejo, pero incluso en la oscuridad, ella podía verlo.

«....»

Sus dedos temblaban mientras trazaban el borde del espejo, su reflejo le devolvía la mirada—extraño y sin embargo inconfundiblemente suyo.

Su piel.

Suave. Clara.

No enfermiza, no pálida—no el rostro frágil y exhausto que había visto toda su vida.

La voz de Lucavion resonó suavemente a su lado.

—Ah, espera... no puedes ver bien.

Antes de que pudiera siquiera cuestionarlo, su mano se movió—los dedos moviéndose con una gracia sin esfuerzo.

Y entonces

Luz.

Un resplandor suave y gentil brotó de su palma, bañándolos en una tranquila y constante luz de las estrellas.

La cueva se iluminó.

El espejo en sus manos brilló.

Y en ese momento, ella lo vio todo.

Su piel.

Suave, radiante, como si hubiera sido esculpida de luz inmaculada.

Sus mejillas, ya no hundidas por la enfermedad.