Retumbar

Los vientos aullaban contra la cubierta, afilados y amargos como la espuma salada que azotaba las tablas de madera. El vasto e interminable mar se extendía ante ellos, oscuro e implacable, meciéndose bajo el cielo nublado como una bestia respirando en su sueño.

El Duque Thaddeus permanecía en la proa del barco, su capa ondeando en el viento inquieto. Sus ojos, agudos e implacables, escrutaban el horizonte, pero no había nada.

Ningún naufragio.

Ningún resto.

Ningún rastro del vórtice que había engullido a su hija por completo.

Nada.

Una semana completa.

Había pasado casi una semana completa desde que se la llevaron.

Una semana desde que había dado la orden.

Desde que había convocado a eruditos, magos, navegantes—cualquiera que se hubiera atrevido a estudiar el abismo. Desde que había exigido respuestas. Desde que había arrastrado a su flota a estas aguas malditas en busca de una señal, una pista, cualquier cosa.

Pero el mar no devolvía nada.