Aeliana exhaló.
Lento. Suave.
Su cuerpo se desvanecía.
Podía sentirlo —el final.
La tormenta dentro de ella había rugido, luchado, ardido con todo lo que tenía, pero no fue suficiente. La masa negra dentro de sus venas seguía pulsando, seguía consumiendo, seguía ganando.
Todo había terminado.
Y ella
Lo aceptó.
Sus labios apenas se movieron mientras forzaba un último susurro, su voz frágil, débil —al borde de desvanecerse por completo.
—Si nos encontramos en otra vida...
Un parpadeo lento.
Una pequeña y cansada respiración.
—Me aseguraré de devolverte... todo.
Se dejó hundir en la sensación.
La ingravidez.
La rendición.
Y en esos momentos finales, mientras los últimos hilos de su conciencia se deshacían, pensó en él.
Lucavion.
El arrogante, manipulador e irritante bastardo.
Cómo se había entrometido en su vida, forzado su camino a través de sus muros, metiéndose en sus barreras cuidadosamente construidas sin permiso.