¡BOOOOOM!
Salí disparado hacia adelante.
El dolor seguía ahí —costillas destrozadas, heridas ardientes, respiración entrecortada en mi pecho—, pero ya no tenía peso. Mi cuerpo se había adaptado, superando el punto de limitación, impulsado únicamente por el implacable impulso de la batalla.
Y en ese movimiento, lo sentí.
El Vacío.
Ya no parpadeaba. Ya no se sentía distante o elusivo. Estaba ahí —parte de mí ahora, entretejido en mis propios movimientos, ya no una fuerza que tenía que empuñar sino algo tan natural como respirar.
¡SWOOSH!
El Kraken atacó, un miembro masivo cortando el aire, apuntando a aplastarme.
No esquivé.
Me moví a través de él.
Como luz de las estrellas cayendo a través de grietas en el cielo nocturno.
CLANG.
Mi estoque encontró la carne abisal en medio del movimiento, y esta vez —sentí que se hundía más profundo.
Mi Vacío penetró.
Di otro paso —otro corte.
Luego otro.
Luego
Una danza.
No solo una ráfaga de golpes. No solo movimiento instintivo.