Elara dio un paso más cerca, su voz cortando el tenso silencio entre ellos como una cuchilla.
—Se suponía que eras mi caballero —escupió, su pecho subiendo y bajando con furia contenida—. Así que dime, Cedric, ¿dónde estabas cuando estaba a punto de ser tragada? ¿Qué estabas haciendo mientras yo buscaba ayuda?
La respiración de Cedric se entrecortó.
Las palabras le golpearon más profundo de lo que esperaba.
Se suponía que eras mi caballero.
Sus manos se cerraron en puños, las uñas clavándose en sus palmas.
La imagen de aquel día destelló en su mente, no deseada pero implacable.
El vórtice arremolinado. El rugido ensordecedor del campo de batalla.
Elara extendiendo la mano, sus dedos a escasos centímetros de la salvación
Y Luca llegando primero.
Apretó la mandíbula, pero no detuvo la inundación de recuerdos, ni tampoco la herida más profunda y supurante que había echado raíces dentro de él desde ese momento.
Desde ese hombre.
Luca.
El duelo.