Cedric miró fijamente a Elara, con los puños apretados a los costados mientras una frustración profunda e inquebrantable lo carcomía.
Ella estaba cambiando.
Había estado sucediendo desde que él desapareció.
Al principio, pensó que solo era el impacto de la batalla, el agotamiento por sobrevivir a otro encuentro cercano con la muerte. Pero a medida que los días se convirtieron en una semana, Cedric lo vio—lo sintió.
Elara era diferente.
Siempre había sido obstinada, implacable en su búsqueda de poder, pero esto... esto no era fortaleza. Era desesperación.
Se había estado exigiendo más que nunca, como si el mero acto de detenerse—aunque fuera por un momento—rompiera algo dentro de ella. Apenas dormía. Apenas comía. Pasaba horas entrenando, leyendo, buscando información sobre esos vórtices. Él había visto cómo sus hombros se tensaban, sus movimientos se volvían más bruscos, sus palabras más cortas.
Y todo comenzó cuando ese hombre—cuando Luca—había caído al abismo.