—¿Sigo siendo una decepción?
¿Qué…
¿Qué demonios acababa de escuchar?
—Solo escúchame una vez.
Aeliana contuvo la respiración.
El agarre de Lucavion se apretó alrededor de su mano. Era débil, inestable, pero desesperado.
—Solo una vez.
Sus dedos temblaban contra su piel, fríos e inseguros.
Y entonces
La soltó.
Su mano se deslizó, pero su cuerpo seguía temblando. Un leve temblor lo recorría, casi imperceptible, como un hombre luchando contra algo invisible, algo profundo dentro de sí mismo.
Aeliana se quedó mirándolo.
Esto era... extraño.
Lucavion se suponía que era intocable. Se suponía que era ese bastardo sonriente, irritante y arrogante. El que destrozaba monstruos como si no fueran nada. El que luchaba con una confianza temeraria e imposible.
Pero esto
Esto era solo un hombre.
Un humano.
Y por alguna razón
Le gustaba más esta versión de él.
Le gustaba más así.
Sus dedos se crisparon.
Antes de que pudiera pensarlo, su mano se movió, casi por voluntad propia.