Duque (4)

—Padre.

El aliento del duque se quedó atrapado en su garganta.

Frente a él había una chica.

Su espalda presionada contra la fría piedra, su delicada figura descansando contra el suelo de la caverna. Su largo y ondulante cabello negro caía como sedosos hilos de medianoche, acumulándose debajo de ella como tinta.

Y sus ojos.

Brillantes orbes ámbar—afilados, penetrantes, vivos.

Ojos que deberían haber estado apagados por la enfermedad, atenuados por la debilidad.

Pero no lo estaban.

Ardían.

Brillaban.

Y su piel.

Estaba resplandeciente.

Una suave y radiante luminiscencia, como marfil pulido reflejando la luz de la luna. La palidez enfermiza, las tenues cicatrices, las imperfecciones que habían plagado su cuerpo habían desaparecido.

Las marcas.

La maldición.

Todo.