Los estudiantes que se arrodillaron lloraron, con lágrimas rodando por sus mejillas. Vivían en la casa que Stephanie había alquilado para ellos. No se atrevieron a salir durante varios días, y mucho menos a pedir comida para llevar, porque todos sabían que eran personas desagradecidas.
Stephanie suspiró.
—¿Por qué no comen? ¿No tienen suficiente dinero? —sacó el dinero de su billetera y se lo entregó uno por uno. Los estudiantes sollozaban mientras tocaban sus dedos, como pequeñas bestias gimiendo.
—Nosotros... —el estudiante del medio levantó la mirada, con lágrimas colgando en su rostro—. Queremos ir a la escuela.
Stephanie quedó atónita.
—¿No odiaban ir a la escuela?
—Quiero cambiar. Quiero convertirme en alguien como usted —el estudiante dijo—. Quiero demostrar que sus esfuerzos no fueron en vano. Quiero que sepa que le devolveré su bondad. Quiero pedirle perdón... —bajó la cabeza y se inclinó profundamente—. Lo siento.
Los otros también se inclinaron y sollozaron.