Caspar había oído hablar del motín en los Scavo hace más de diez años. Pero lo consideraba un rumor. Al notar el tono indiferente de los Scavos, entró en pánico. Podían matar incluso a sus familiares sin pestañear. Para ellos, ¿qué era él?
De repente, Caspar sintió que el sudor frío le corría por la espalda. Puso los ojos en blanco y de repente le gritó a Vicente:
—¡Ezra! ¡No le creas! ¡Me pidió que te matara! ¡Ha querido reemplazarte como nuevo jefe! ¡Por eso me obligó a atacarte! ¡Ahora que todo se ha revelado, me usa como chivo expiatorio! ¡Ezra! ¡No debes confiar en él!
Vicente pareció no oír nada. Permaneció inmóvil en el pasillo, apoyado perezosamente contra la pared. Luego levantó ligeramente la barbilla y miró, con ojos arrogantes y fríos.
Rex, que estaba al lado de Vicente, se había acercado con una mirada asesina en los ojos.
—¡No pueden matarme! —gritó Caspar con miedo—. ¡Si me matan, mi familia no los dejará en paz!