El aire a su alrededor temblaba con una energía que parecía emanar desde su propio ser. Kael no necesitaba mirar para saber lo que estaba sucediendo. Había sido un proceso doloroso, como si todas las piedras se estuvieran fusionando dentro de él, tomando control de su cuerpo, de su mente, de su alma. Cada fragmento de poder absorbido se estaba entrelazando, transformando su existencia. Las siete piedras legendarias ya no eran una colección de objetos físicos; ahora se habían convertido en parte de él, fusionándose con su ser de una manera que solo él podía sentir.
Era como si las piedras mismas hubieran reconocido su portador. Ya no estaba solo: la energía de las piedras era él, y él era la energía. El poder de la Piedra de Varkel, Piedra de Eltaris, Piedra de Nostrium, Piedra de Ruval, Piedra de Zarneth, Piedra de Akhator, y Piedra de Iskra fluían por su cuerpo, resonando en cada célula de su ser. Cada piedra había dejado su huella en él, y ahora, todo ese poder coexistía en un equilibrio que solo Kael podría manejar.
Sintió cómo la corriente de energía se asentaba en su interior, expandiéndose lentamente a cada rincón de su ser. Podía oír las voces lejanas de los creadores de las piedras, como ecos de una historia que se había perdido en el tiempo. A lo lejos, en su mente, podían verse fragmentos de sus vidas pasadas, de sus decisiones, y de los momentos que los habían llevado a forjar aquellas poderosas reliquias. La conexión era real, más allá de cualquier explicación lógica.
Rin observaba en silencio desde el otro lado. Aunque estaba acostumbrada a los fenómenos sobrenaturales, aquello era diferente. Kael no solo había absorbido el poder de las piedras, lo había integrado completamente. Era como si hubiera renacido, pero a un nivel más profundo, más oscuro.
"Kael…" Rin susurró, sin saber qué más decir. El cambio en él era palpable, pero también lo era la responsabilidad que venía con tal poder.
Kael, con los ojos cerrados, levantó lentamente una mano. Sentía la energía fluir a través de él, y aunque la presencia de las piedras era ahora una extensión de su cuerpo, sabía que tenía que mantener el control. El vacío dentro de él había sido llenado, pero el precio que debía pagar por ello era incierto.
"Sigo siendo yo, Rin. Pero algo ha cambiado," dijo Kael, su voz grave. "Este poder no es solo un regalo, ni una maldición. Es la clave para avanzar. Y ahora que está en mí, tengo que usarlo."
A miles de kilómetros de distancia, en un lugar rodeado por oscuros ecos de magia antigua, Cedric Araragi estaba sentado frente a su consejero, observando en silencio la información que había reunido sobre el exiliado Kael.
"Todo esto… las piedras, las leyendas…" murmuró el consejero, con una expresión de asombro. "Pensamos que eran solo historias, mitos. Pero resulta que eran reales."
Cedric, con una risa bajo y arrogante, se recostó en su trono. "Es curioso, ¿verdad? Nos reíamos de esas historias antiguas, pero ahora las estamos viviendo. Kael no es solo una leyenda. Ahora, es una amenaza."
Su risa se detuvo repentinamente, y su mirada se oscureció. "Pero no es la única leyenda, ¿verdad? Hay algo más, algo que aún no hemos encontrado."
En ese momento, el consejero notó algo peculiar en la mesa frente a ellos. Un anillo, de un rojo sangre vibrante, reposaba allí. El anillo destilaba un aura siniestra que parecía hacer el aire pesado. El Anillo de Arimas, un artefacto olvidado, con el poder de someter a los más grandes guerreros.
"Este anillo…" susurró el consejero, mirando el objeto con temor. "¿Lo está buscando usted, mi señor?"
Cedric asintió lentamente, su rostro iluminado por una risa malévola. "Este anillo… no solo es un poder formidable. Con él, todo lo que esté a mi alcance se arrodillará. Todos cederán. Este anillo tomará lo que le pertenece."
La risa de Cedric resonó en la habitación, llena de una confianza peligrosa. Mientras lo hacía, una presión insostenible se generó en el aire. El poder del anillo, aun sin activarse, ya era capaz de perturbar el entorno, como si estuviera anunciando lo que estaba por venir.
En el lugar donde Kael se encontraba, la energía seguía fluyendo a través de su cuerpo. A cada momento que pasaba, más dominaba el poder de las piedras fusionadas en su ser. El vacío que sentía dentro de él ya no estaba presente. En su lugar, había una fuerza que lo impulsaba hacia adelante, un deseo de ir más allá.
Pero, por un momento, su mente se desvió. Los recuerdos de su vida pasada como Víctor, el sicario, comenzaron a invadirlo. La guerra interna entre su pasado y su presente crecía, más fuerte que nunca. Recordaba a Lucía, aquella mujer que había sido su ancla en un mar de sangre. Recordaba los momentos de desesperación, de confusión, de lucha interna.
Intentó ahogar esos recuerdos, pero no pudo. Aquella vida nunca lo dejaría, no importaba cuánto poder ahora tuviera. Víctor seguía vivo en él, aunque el hombre que lo había sido ya no existía.
Rin se acercó lentamente a él, notando la preocupación en su rostro. "¿Qué sucede?" preguntó suavemente.
Kael levantó la vista, sus ojos oscuros. "No puedo escapar de ello. Mi vida pasada… no puedo evitar que me persiga."
Rin no dijo nada por un momento, solo asintió. Sabía que las cicatrices del pasado no desaparecen fácilmente, pero Kael ahora tenía algo que antes no tenía: un propósito.
"Lo sé," dijo finalmente, "pero el futuro está ante ti, Kael. Y yo estaré aquí, para ayudarte a caminar por él."
Mientras tanto, en el centro de todo, Cedric Araragi estaba cerca de obtener el poder que siempre había deseado. El anillo, la llave a un nuevo orden, ahora reposaba en su mano, esperando a ser activado. Y cuando lo hiciera, los eventos que seguirían serían inminentes.
Kael se encontraba en silencio, pero en su interior, el poder de las piedras fusionadas ya comenzaba a mostrar su verdadero alcance. Su camino hacia el futuro había comenzado, pero aún había muchas piezas que faltaban en este juego que se estaba desvelando lentamente.
Fin de la temporada 1.