En medio de la gran tundra del oriente cercano, el archimago caminaba con delicadeza, dejando sonar una pequeña campana.
La campana emitía un sonido tranquilo, parecido a un canto natural de las hadas, pero el archimago no había venido a capturar hadas. El sonido era un llamado para un antiguo conocido a quien le gustaba llamar "amigo".
De entre los árboles altos del espeso bosque de la tundra, las hojas se agitaban como si una bestia las sacudiera desde las raíces.
Detrás del archimago, algo cayó con la ligereza de una brisa de otoño, silencioso pero perturbador, rompiendo el sutil eco de la campana. Era a quien él buscaba: un elfo antiguo, no solo un compañero de aventuras pasadas, sino también un amigo de victorias y fracasos compartidos.
—Mucho tiempo ha pasado. Ni una sola carta me has mandado. Pero en estas épocas de noches largas y luces de colores, he venido a traerte un regalo para el futuro cercano —anunció el archimago mientras su mirada permanecía fija en una flor del suelo, sin volverse hacia su amigo.
—Sí, y veo que, aunque han pasado décadas, sigues hablando en rima y prosa —respondió el elfo mientras se rascaba la cabeza, un poco divertido—. Igual, lo siento por no saludarte de vez en cuando.
El archimago giró lentamente hacia él con una leve sonrisa que se reflejaba en sus ojos. Con un movimiento pausado, sacó dos pequeños cubos de su túnica.
—Adelante, toma uno. Cuando le imbuyas tu maná, aparecerá una armadura —indicó el archimago mientras extendía la mano con ambos cubos.
—Está bien... pero espero que no sea como la otra vez, cuando me prometiste un arma clase S y resultó ser un cupón de descuento para tu tienda de pociones —bromeó el elfo entre risas.
Ambos tomaron su respectivo cubo y, al imbuir su maná, una suave y deslumbrante transformación tuvo lugar.
Una armadura de colores brillantes, adornada con encajes de diamante y gemas preciosas, apareció en manos del archimago. Su hechizo imbuido aumentaba el maná de quien la usara, aunque era frágil como el cristal. En contraste, el elfo sostuvo una armadura helada, azul como un glaciar e imponente como un dragón. Estaba imbuida con un hechizo de adaptación al entorno, aunque su peso sería un desafío en lugares no convenientes.
—¡Esto es increíble! ¡Gracias! —exclamó el elfo con entusiasmo, inspeccionando su armadura—. Tal vez no me sirva mucho aquí, pero definitivamente se ve genial.
—No fue nada. Para ser honesto, ni siquiera sabía qué iba a salir de estos cubos. Hasta pensé que iban a ser... cupones —comentó el archimago con una sonrisa ligera mientras observaba su propia armadura.
Un estruendo resonó a lo lejos, seguido de un violento temblor que hizo estremecer el suelo. Los árboles parecían bailar al compás de la sacudida, y los animales comenzaron a huir en desbandada.
—¿Qué fue eso? —murmuró el elfo, visiblemente confundido, mientras agarraba con firmeza su arco y una flecha.
—Tal vez un perrito... uno de mil toneladas —bromeó el archimago mientras invocaba su báculo.
Una grieta se abrió entre ambos, de donde surgió un rugido que hacía eco del estruendo anterior. El elfo y el archimago reaccionaron al unísono, enfocando su atención en la abertura.
—Sí, seguro es un perrito —ironizó el elfo, apuntando su flecha hacia la grieta.
—Un lindo perrito... —añadió el archimago con una sonrisa vacilante.
De la grieta emergió una brillante luz que comenzó a moverse en círculos erráticos, zigzagueando y acercándose peligrosamente. Ambos lanzaron sus ataques en un intento de defenderse.
—¡YA BASTA! ¡DEJEN DE HACER ESO! —gritó con furia la luz, deteniéndose abruptamente y bloqueando los ataques de ambos.
El elfo retrocedió de un salto, su expresión claramente desconcertada. Mientras tanto, el archimago guardó su báculo y rápidamente se arrodilló.
—Mil disculpas, gran reina del Abismo Hadático —se excusó el archimago con tono de arrepentimiento.
—¡Menos mal que uno de ustedes tiene algo de sentido! —replicó la luz mientras empezaba a tomar forma.
Ante ellos apareció una joven de aproximadamente 20 años, de 1.64 metros de altura. Sus ojos, de un tono rosa como la carne, contrastaban con su cabello blanco con brillos azules. Sus orejas eran tan afiladas como las del elfo, y unas alas enormes, más grandes que su cuerpo, adornaban su figura.
—¿Qué tanto me miras? —preguntó la reina, señalando al elfo que no podía evitar examinarla de pies a cabeza.
—N-no es nada —balbuceó el elfo, visiblemente incómodo, antes de inclinarse con torpeza.
—Mi reina, ¿qué la trae nuevamente ante mí? —preguntó el archimago mientras se levantaba y le ofrecía un respetuoso apretón de manos.
—Te tenía una misión solo para ti, pero viendo que no estás solo, será más fácil —dijo con una ligera tos antes de continuar—. Cada uno deberá ir a uno de mis templos y recuperar una reliquia antigua que dejé allí. Si lo logran y me las traen, les subiré 50 niveles a cada uno y les daré un hechizo del abismo hadático.
El archimago se volvió hacia su amigo, con una expresión que buscaba su aprobación.
—Está bien, está bien, iré —aceptó el elfo, resignado pero también emocionado.
—¡Qué bien que decidieron aceptar! —exclamó la reina, dando un pequeño salto de alegría. Luego les entregó un pergamino a cada uno con las ubicaciones de los templos—. Aquí están los lugares a los que deben ir.