Capítulo 1: "Raíces que susurran"

«En lo invisible germinan los lazos que ni el tiempo ni la distancia pueden quebrar.»

Liora está sentada entre las raíces del árbol, con el diario abierto sobre las piernas. El día no ha sido bueno. En el taller intentó reparar un antiguo espejo parlante, pero la energía mágica residual no fue suficiente. El artefacto apenas mostró imágenes distorsionadas antes de apagarse para siempre.

Sus compañeros murmuraban. El jefe, sin levantar la voz, le sugirió que "dejara de perder el tiempo con reliquias inútiles y se centrara en extraer lo que pueda fundirse."

Escribe en el diario con letra apretada:

A veces siento que intento reparar espejos rotos en un mundo que ya no quiere mirarse. ¿De qué sirve salvar lo que otros decidieron dejar morir?

Suspira y deja el bolígrafo a un lado. El parque está vacío, como siempre. El árbol, viejo y solitario, parece el único testigo de su frustración. Su presencia resulta casi absurda: en medio de una plazoleta diminuta, con raíces que se confunden con los conductos oxidados del sistema energético urbano. Hace años que la magia dejó de circular por la red... y sin embargo, ese árbol sigue vivo.

Liora guarda el diario entre las raíces, el único escondite que le ofrece una pizca de intimidad. En su mundo, los recursos son tan escasos que el concepto de espacio personal es casi una fantasía. Dormitorios comunales, objetos compartidos, casas sobreocupadas. Pero el diario es diferente. Es suyo. Solo suyo.

Escribe en él durante los breves descansos en los que logra escapar del bullicio y se refugia en la soledad de la plazoleta. El árbol se ha vuelto su confidente silencioso, guardián de sus pensamientos más íntimos.

Justo cuando está por cerrar el diario, un destello dorado cruza el aire. Fugaz, intenso, como una chispa que cae del cielo. Liora parpadea, sorprendida.

—¿Qué diablos fue eso? —murmuró Liora, frotándose los ojos como si el destello pudiera ser una ilusión.

Las raíces del árbol se enredan con las tuberías como venas de un gigante dormido. Al tocarlas, siente un leve temblor, un pulso débil que parece un eco de vida antigua.

Sigue el destello hasta una esquina del parque y lo encuentra: un colibrí mecánico, tirado entre la hierba marchita. Una de sus alas de cristal está astillada.

Lo recoge con cuidado. El metal está frío, pero sus engranajes vibran tenuemente. Liora saca de su bolsillo un pequeño cristal de energía mágica, uno de los últimos que le quedan.

—Pobrecito... —susurra—. ¿Quién te dejó aquí?

Sin dudar, inserta el cristal. El colibrí cobra vida. Las alas resplandecen con una luz dorada, y su canto metálico es suave, melancólico.

—Ahí tienes. Vuela.

El colibrí traza círculos perfectos en el aire antes de desaparecer en el cielo gris.

Mientras tanto, el árbol emite un destello leve. Liora no lo nota, pero el diario brilla por un instante. Las letras se encienden como si respondieran a su gesto, como si sus palabras hubieran sembrado algo.

Vuelve al árbol y escribe una nueva entrada:

Hoy decidí alimentar al colibrí mecánico.

Es una de las últimas creaciones de la era dorada, cuando la magia fluía libremente y los sueños tomaban forma en nuestras manos. Pequeño, frágil, pero perfecto: alas de cristal que capturan luz y la convierten en movimiento; cuerpo de engranajes y filamentos de plata.

Sé que algunos dirán que es un desperdicio. Que no podemos malgastar energía. Pero, ¿cómo no alimentar algo tan hermoso?

Al verlo volar, sentí que no todo está perdido. Que aún queda algo por lo cual creer.

Usé un cristal de mi reserva personal. No fue mucho, pero fue suficiente.

Con suerte, él sí pueda escapar.

Quizás fue un gesto inútil. Pero hoy... voló. Y eso, para mí, vale la pena.

Cierra el diario y lo guarda en el hueco del árbol.

—¡Maldición! —murmura al ver su reloj—. Se acabó el descanso.

Dante camina por los pasillos de la escuela con los puños apretados. Las clases han sido, como siempre, una pérdida de tiempo. Los profesores repiten teorías obsoletas en un mundo que se desmorona, y sus compañeros solo piensan en sobrevivir otro día más.

Lo peor es Adolfo. El matón de la clase exige "donaciones", un eufemismo para sus robos. Dante no tiene opción. Adolfo es más fuerte, más cruel, y sabe exactamente cómo hacer daño.

—Oye, Dante —grita desde el fondo del pasillo—. ¿Trajiste algo hoy?

Dante no responde. En su mochila lleva su tesoro: su mazo de Magic: The Gathering. Herencia de tiempos mejores, cuando jugaba con su padre. Ahora, esas cartas son su refugio, lo único que le pertenece.

Para evitar problemas, se escapa antes de que termine el día. Cruza la puerta trasera de la escuela y se dirige al parque cercano. Un lugar olvidado por todos… menos por él.

Allí lo espera el banco oxidado, los árboles desgastados y su pedazo de paz.

Hoy, sin embargo, no trae sus cartas. Hoy trae un libro: una novela de ciencia ficción que encontró en una librería de segunda mano. Se sienta, listo para escapar, aunque sea un rato.

Pero algo le llama la atención.

Uno de los árboles parece… diferente. Más viejo. Más vivo.

—Esto no estaba aquí antes —murmura, tocando la corteza.

Siente un temblor. Luego, algo brilla entre las raíces. Un objeto rectangular: un diario de cuero negro con filigranas cobrizas.

—¿Qué carajo…?

Lo abre. Las páginas están llenas de una caligrafía elegante. Lee:

Hoy alimenté al colibrí mecánico…

Dante arqueó una ceja al leer el diario:

—¿Un colibrí mecánico? ¿En serio? ¿No tienes cosas más útiles en las que gastar energía?

Coge un bolígrafo y, con rabia contenida, escribe en el margen:

Si el mundo se está yendo a la mierda, ¿para qué alimentar algo que no sirve? Los pájaros no son más que plumas y huesos. Y los mecánicos, chatarra. Guarda esa magia para sobrevivir.

O mejor: para escapar.

(P.D.: Como dijo Cioran: "No vivimos más que para asegurar el prestigio de nuestros cadáveres").

Guarda el diario en el árbol. Por un segundo, cree que las filigranas brillan.

Esa noche, tiene un sueño. Un mundo gris. Ruinas. Silencio. Y ella: una chica con ropas sencillas y ojos llenos de magia.

Liora.

Se miran. Y algo se enciende entre ellos. Luz. Dolor. Conexión.

Dante se despierta sobresaltado. Sudor. Pulso acelerado. Vacío.

—¿Qué fue eso?

No tiene respuestas. Solo una certeza: no fue un sueño cualquiera.

Mientras tanto, Liora también despierta. Su corazón late con fuerza.

—¿Quién eres…? —susurra, aún tocando el lugar donde sintió su dolor.