Capítulo 2: "Cartas a través del silencio"

«Las palabras que no se dicen encuentran su eco en quienes están destinados a oírlas.»

Liora llegó al árbol al final de su turno en el Archivo. Tenía las manos entumecidas y los hombros duros como metal soldado, pero una sola idea la mantenía en pie: escribir. Aferrarse a esa chispa íntima, su única forma de resistir el peso del mundo.

Se arrodilló junto al tronco y apartó con cuidado las hojas secas que cubrían el hueco entre las raíces. Sin embargo, al sacar el diario, una punzada de inquietud le recorrió el pecho. Las páginas estaban distintas, como si alguien las hubiera tocado con dedos impacientes.

Lo abrió.

Una escritura desconocida, torpe y apresurada, surcaba los márgenes de su última entrada. Palabras urgentes, casi crudas. Leyó:

Si tu mundo se está yendo a la, ¿para qué alimentar algo que no sirve? Los pájaros no son más que plumas y huesos. Y los mecánicos, chatarra. Deberías guardar esa magia para sobrevivir. O mejor aún: escapar.

—Dante.

(P.D.: Como dijo Cioran: "No vivimos más que para asegurar el prestigio de nuestros cadáveres").

Frunció el ceño.

—¿Dante? —murmuró, pasando los dedos por encima de las palabras—. ¿Quién eres?

El nombre no le decía nada. Tampoco la cita. En su mundo no existían los filósofos. Pensar demasiado era un lujo que nadie podía permitirse cuando cada día era una pelea contra la herrumbre, contra el frío que calaba hasta el alma. Contra la muerte, que siempre acechaba en el zumbido cansado de las máquinas.

Se dejó caer sobre las raíces, aún con el diario en las manos. Alguien había leído sus pensamientos más íntimos. Y le había respondido.

Miró al árbol como si pudiera explicarle qué había pasado.

—¿Cómo llegó esto aquí? —susurró—. ¿Y por qué escribiste esto?

Las palabras de Dante la descolocaban. No entendía su mundo, ni su tono, pero había en él una honestidad que le resultaba dolorosamente familiar. Como si, de alguna manera, compartieran la misma frustración, aunque habitando cielos distintos.

Sacó su bolígrafo y escribió:

No sé quién eres, Dante, ni cómo encontraste este diario. Pero si crees que los pájaros son solo plumas y huesos, es porque nunca has visto uno volar.

El colibrí mecánico no es chatarra. Es un recordatorio de que, incluso en un mundo que se desmorona, hay cosas que valen la pena salvar. Tal vez no entiendas por qué lo hice, pero hoy, al menos, el colibrí voló. Y eso, para mí, vale la pena.

—Liora.

(P.D.: No sé quién es Cioran, pero si vivió en un mundo como el mío, tal vez entendió que los cadáveres también tienen sueños).

Guardó el diario con cuidado, como si sellara un secreto compartido. Algo en ella había cambiado. No sabía quién era Dante, pero sus palabras la habían atravesado.

Esa noche, Liora volvió a soñar.

El mismo mundo gris la envolvía, pero esta vez, no estaba sola. A lo lejos, entre bancos oxidados y árboles sin hojas, vio a un muchacho sentado, con un libro entre las manos. Tenía los hombros encorvados, como si el peso del silencio le cayera encima.

Era Dante.

Ella lo supo, sin haberlo visto nunca.

—¿Quién eres? —intentó preguntar, pero no salió sonido alguno.

Dante alzó la mirada. Sus ojos se encontraron por un instante fugaz, pero en ese instante ocurrió algo extraño: no se vieron con los ojos, sino con algo más profundo. Como si por un segundo se hubieran reconocido sin haberse conocido jamás.

Liora despertó sobresaltada, el corazón latiendo fuerte bajo la piel.

—¿Por qué te vi? —murmuró—. ¿Y por qué siento que te conozco?

Al día siguiente, Dante regresó al parque. No había dormido bien. El sueño de la noche anterior lo seguía como una sombra blanda entre los pensamientos. La chica del sueño —Liora— lo había mirado como nadie lo había mirado antes. Como si importara.

Sacó el diario del hueco del árbol con manos ansiosas y leyó su respuesta. Cada palabra le pareció más real que todo lo que lo rodeaba.

—¿Quién eres, Liora? —susurró, rozando la página con la yema de los dedos—. ¿Y por qué siento que te conozco?

Tomó su bolígrafo. Esta vez no escribió con sarcasmo, sino con algo parecido a la necesidad.

Liora, no sé cómo llegué a tu diario, pero tus palabras me hicieron pensar. Tal vez tengas razón. Tal vez los pájaros no sean solo plumas y huesos. Pero en mi mundo, volar es un lujo que pocos pueden permitirse.

—Dante.

(P.D.: Cioran era un filósofo que creía que la vida no tiene sentido. Pero tal vez, si hubiera visto a tu colibrí, habría pensado diferente. Por cierto… ¿qué es eso de tu mundo? Suena un poco descabellado).