—Dante —el profesor cruzó los brazos—, dinos en español qué es el entrelazamiento cuántico. Sin copy-paste del libro.
Parpadeó, desconcertado. No esperaba que lo eligieran. Se incorporó lentamente, mirando primero al profesor, luego a sus compañeros. Dante soltó un suspiro, pero sus ojos brillaron:
—Es como si dos partículas estuvieran enlazadas por un hilo invisible. Si una gira aquí, la otra gira... aunque esté en otro planeta. O en otro universo. El profesor asintió, animándolo con una mirada.
—Es como si estuvieran unidas por un hilo invisible —continuó Dante, sintiendo cómo las palabras fluían con más naturalidad—. Incluso si están en extremos opuestos del universo, lo que le pasa a una le pasa a la otra.
—Exactamente —dijo el profesor, tomando la palabra—. El entrelazamiento cuántico desafía nuestra comprensión del espacio y del tiempo. Las partículas entrelazadas no se comunican de forma tradicional: están sincronizadas más allá de lo que entendemos. Algunos científicos creen que este fenómeno podría usarse en futuras tecnologías de comunicación… o incluso en viajes entre dimensiones.
Dante se sentó, pero su mente siguió enganchada en esas últimas palabras: "conexión instantánea… comunicación entre dimensiones…". No pudo evitar pensar en el diario. En Liora. En el sueño compartido.
—¿Y la superposición cuántica? —preguntó entonces el profesor, dirigiéndose a toda la clase—. ¿Alguien?
Dante alzó la mano. Una chispa de curiosidad —una que no sentía desde hacía tiempo— se encendía en su pecho.
—La superposición cuántica —dijo— es la idea de que una partícula puede estar en múltiples estados al mismo tiempo. Pero cuando la observamos, parece "elegir" un solo estado.
El profesor sonrió, complacido.
—Correcto. Es como si la realidad fuera un conjunto de posibilidades, y al observarla, la obligáramos a tomar una forma específica.
Dante notó que el profesor Kovacs lo observaba más que a los demás. Como si supiera que llevaba un secreto bajo la sudadera
Cuando sonó la campana, Dante fue el primero en salir del salón. Necesitaba llegar al parque, abrir el diario, escribir. Las palabras del profesor habían removido algo dentro de él: una urgencia por entender.
Pero justo al llegar a la salida, una voz familiar le heló la espalda.
—Oye, Dante —dijo Adolfo, acercándose con su sonrisa de siempre: torcida, burlona—. ¿Adónde vas tan apurado?
Dante abrazó su mochila con fuerza, sintiendo el peso del diario en su interior.
—A casa —respondió sin mirarlo—. Tengo cosas que hacer.
—¿Cosas que hacer? ¿Como jugar con tus cartitas?
No respondió. Sabía que si lo hacía, solo lo provocaría más. Aceleró el paso, pero Adolfo lo seguía, pegado a él como una sombra ruidosa.
—¿Trajiste algo hoy? —preguntó, ahora demasiado cerca—. Ya sabes que siempre acepto donaciones.
Dante apretó los dientes. No podía dejar que se acercara. Si Adolfo descubría el diario…
—No tengo nada. Déjame en paz.
Esta vez Adolfo se rió más bajo, más áspero. Pero no lo siguió. Dante no se detuvo hasta que estuvo completamente seguro de que lo había perdido.
Al llegar al parque, se dejó caer en su banco habitual, respirando agitado. Sacó el diario con manos temblorosas. Solo entonces sintió alivio.
—Liora… —susurró, pasando los dedos sobre las palabras escritas por ella—. ¿Qué clase de conexión tenemos?
Abrió una página nueva y escribió:
Liora,
Hoy en clase hablamos del entrelazamiento cuántico. Es un fenómeno en el que dos partículas están conectadas sin importar la distancia que las separe. Como si un hilo invisible las uniera.
No puedo evitar pensar en ti, en el diario, en lo que compartimos en los sueños. No sé si esto tiene algo que ver… pero siento que hay algo más. Algo que apenas comienzo a comprender.
—Dante
(P.D.: Si el entrelazamiento cuántico es real, ¿crees que nosotros también podríamos estar conectados de esa forma?)
Guardó el diario en el hueco del árbol y se alejó del parque con una mezcla extraña de alivio y expectación. No sabía qué respondería Liora. Pero sentía que, paso a paso, estaba más cerca de entender.
Al llegar a casa, su madre lo recibió desde la cocina.
—¿Cómo te fue en la escuela? —preguntó sin mirarlo.
—Bien —respondió él, quitándose los zapatos—. Como siempre.
Subió a su habitación y se dejó caer sobre la cama, un libro en las manos que no logró abrir. Su mente seguía allá, bajo el árbol. En el diario.
—¿Quién eres, Liora? —murmuró, mirando por la ventana—. ¿Y por qué siento que ya te conozco?