«La belleza a veces se oculta donde el mundo ha aprendido a no mirar.»
Liora llegó al árbol al final de su turno en el Archivo. El día había sido agotador, pero la idea de leer la respuesta de Dante la mantenía en pie. Sin embargo, al sacar el diario del hueco entre las raíces, notó algo extraño.
El árbol —su árbol— parecía haber envejecido de golpe. Antes robusto y vivo, ahora estaba casi desnudo. Las hojas alfombraban el suelo, y las ramas se veían frágiles, quebradizas, como si bastara un susurro para romperlas.
Abrió el diario. La letra de Dante la recibió, cálida y temblorosa.
Liora,
Hoy aprendí algo en clase que me hizo pensar en nosotros. Hablamos del entrelazamiento cuántico, un fenómeno en el que dos partículas están conectadas sin importar la distancia. Es como si estuvieran unidas por un hilo invisible.
No sé si esto tiene algo que ver con el diario, o con los sueños que hemos tenido. Pero siento que hay algo más aquí, algo que no entiendo del todo.
—Dante.
(P.D.: Si el entrelazamiento cuántico es real, tal vez nosotros también estemos conectados de alguna manera. ¿Qué opinas?)
Liora leyó las palabras una y otra vez, sintiendo un nudo formarse en el pecho.
—Entrelazamiento cuántico —susurró, acariciando la tinta seca con la yema de los dedos—. ¿Es eso lo que nos conecta?
Nunca lo había considerado. En Aetheris, las tecnologías cuánticas habían dejado de funcionar hacía eones… junto con casi todo lo demás. Pero ahora, frente a las palabras de Dante, algo en su mente encajaba. Una idea antigua. Una posibilidad nueva.
Se sentó entre las raíces, sintiendo el frío de la corteza bajo las palmas. El árbol estaba enfermo. Su refugio, su confidente silencioso, parecía rendirse. Otro fragmento de su mundo al borde del colapso.
—¿Qué nos une, viejo amigo? —murmuró, alzando la vista hacia las ramas desnudas—. ¿Es el entrelazamiento? ¿O algo más?
No hubo respuesta. Pero Liora sintió que el árbol la escuchaba.
Sacó su bolígrafo y comenzó a escribir, sus pensamientos latiendo sobre el papel:
Dante,
Tu entrada me dejó sin palabras. Nunca había considerado el entrelazamiento cuántico como una posible explicación para lo que nos sucede. En Aetheris, esa tecnología dejó de funcionar hace mucho tiempo, junto con casi todo lo que alguna vez sostuvo nuestra civilización. Pero al leerte, algo se activó en mi mente. Una conexión. Un recuerdo. Un destello.
El árbol está enfermo. Ha perdido casi todas sus hojas, y sus ramas tiemblan. Es un recordatorio cruel de que nuestro tiempo aquí se acaba. En unas semanas, tendremos que mover el campamento. Ya no queda nada útil en esta zona, y el reactor… titila. Se apaga y reinicia, como si también luchara por seguir con vida.
Si falla, no habrá sistemas de soporte. El frío tomará el control. Las cúpulas se congelarán. Y no quedará nadie.
Pero aún hay belleza. Las noches en Aetheris están llenas de estrellas, y las constelaciones cambian como si el cielo quisiera decirnos algo. A veces me acuesto sobre la escarcha y me pierdo en ellas, imaginando otros mundos. Mundos como el tuyo.
Y aunque los nutrientes del sintetizador no saben a nada, siguen siendo lo único que nos mantiene en pie.
—Liora
(P.D.: Si el entrelazamiento cuántico es real, tal vez sí estemos conectados. Tal vez podamos ayudarnos mutuamente a sobrevivir.)
Esa noche, Liora soñó de nuevo.
El mundo era el mismo: gris, desolado, inerte. Pero esta vez, vio a Dante con claridad. Estaba sentado en un banco, un libro abierto entre sus manos. Su expresión era la de alguien perdido, como si buscara algo que no sabía nombrar.
—¿Quién eres? —quiso preguntar Liora, pero las palabras no salieron.
Entonces, él levantó la vista. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, algo los atravesó: una certeza muda, profunda. Como si sus almas se hubieran tocado, más allá de todo.
Despertó sobresaltada.
—¿Por qué te vi? —murmuró, aún jadeando—. ¿Y por qué siento que ya te conozco?
Al día siguiente, Dante regresó al parque. El sueño seguía anclado en su memoria: la chica, el banco, el cruce de miradas. La sensación persistente de que nada había sido casual.
Cuando sacó el diario y leyó la respuesta de Liora, una inquietud helada le recorrió el cuerpo.
—¿Aetheris? —susurró, trazando con el dedo su nombre—. ¿Y su reactor está fallando?
Se quedó en silencio unos minutos, escuchando los sonidos del parque. Luego, escribió:
Liora,
No sé qué decir. Tu mundo suena tan frágil, tan al borde… pero también hermoso, de una forma distinta. Las estrellas, las constelaciones errantes… Es como si el cielo también quisiera decirte que no estás sola.
Quisiera poder ayudarte. Quisiera entender cómo.
—Dante
(P.D.: Si el entrelazamiento cuántico es real, tal vez sí estamos conectados. Tal vez podamos ayudarnos mutuamente. Tal vez, incluso, podamos salvarnos.)