«Lo que aquí es vergüenza, allá puede ser destino.»
Dante cerró la puerta de su casa con cuidado, sintiendo el peso del día aplastarle los hombros. Las palabras de Liora seguían resonando en su mente como un eco persistente: "El reactor está fallando… las noches llenas de estrellas… el sabor de los nutrientes…"
Sentía una mezcla extraña: admiración, ternura, inquietud. Pero también una tristeza profunda, como si su propio mundo —tan lleno de gente, pero tan vacío— se sintiera más gris desde que conoció el de ella.
El olor a comida llenaba el aire. Su madre estaba en la cocina, moviéndose entre ollas y cucharas con la lentitud de quien carga años en los huesos. Parecía más cansada que de costumbre. Las arrugas de su rostro se habían acentuado, y sus movimientos eran medidos, como si cada gesto requiriera un esfuerzo inmenso.
—¿Cómo te fue en la escuela? —preguntó, sin mirarlo.
Dante se sentó en la mesa. Observó sus propias manos durante unos segundos, como si esperara que las palabras se formaran solas en sus palmas.
—No la estoy pasando bien, mamá —dijo al fin.
Ella se detuvo. La cuchara quedó inmóvil en el aire antes de volver lentamente a la olla. Se giró hacia él.
—¿Qué pasa, hijo?
Dante tragó saliva, sintiendo la garganta apretada.
—Mamá... —Dante jugueteó con el borde de la mesa—. ¿Por qué se fue papá? ¿Fue por... esto? —Se señaló el lunar rojo con un hilo de voz.
Su madre dejó la cuchara. El silencio pesó más que cualquier respuesta, hasta que sus manos envolvieron las suyas.
—Fue por él, Dante. Nunca por ti. La miró a los ojos, buscando algo que ni él mismo sabía definir.
—Mi mundo está devastado, mamá. Y no sé si alguna vez volverá a ser el mismo.
Ella lo observó en silencio durante unos segundos eternos. Luego dejó la cuchara y fue hacia él. Se sentó frente a su hijo y le tomó las manos con las suyas, tibias, temblorosas.
—Dante… —su voz era apenas un susurro—. Tú no fuiste poca cosa para él. Y no lo eres para mí. Lo que pasó… no fue tu culpa.
Dante bajó la mirada. Las lágrimas ardían bajo sus párpados.
—Lo sé —dijo—. Pero duele. Duele tanto que a veces siento que no puedo más.
Llevó la mano a su rostro, al lunar que se extendía por su mejilla y bajaba hacia el cuello, como una marca dejada por el fuego de otro mundo.
—¿Crees que fue esto lo que lo avergonzó? —preguntó, la voz rota—. ¿Esta marca? ¿Fue por eso que se fue?
Su madre negó con los ojos empañados.
—No, Dante —dijo, con firmeza—. Él se fue por sus propios demonios, no por ti. Esta marca no define quién eres. Y si él no pudo ver más allá de ella… fue su pérdida. No la tuya.
Las palabras lo alcanzaron como una ráfaga de viento cálido en invierno. No lo curaron, pero aliviaron algo. Un poco.
—Gracias, mamá —murmuró.
Ella lo abrazó con fuerza, envolviéndolo en ese silencio lleno de amor donde las palabras ya no eran necesarias.
—Tú eres más fuerte que él —susurró, acariciándole el cabello—. Lo sé. Porque sigues aquí, enfrentando todo esto. Porque sigues amando, a pesar del dolor.
Esa noche, Dante se acostó con el corazón más liviano. Aún dolía, pero ya no pesaba igual.
Sacó un cuaderno de su mochila clavó las uñas en el y, bajo la tenue luz de su escritorio, comenzó a escribir una nueva entrada. Esta vez no se guardó nada. Escribió como si Liora estuviera frente a él, mirándolo con esos ojos que no conocía, pero en los que confiaba.
Liora,
Hoy hablé con mi madre. Le conté lo que siento desde que mi padre se fue. Me dijo que no fue mi culpa, que él tenía sus propios demonios. Tal vez tenga razón, pero igual duele. Duele tanto que a veces siento que no puedo más.
Quiero contarte algo que nunca le he dicho a nadie, al menos no de esta forma.
Tengo una marca en el rostro. Un lunar rojo que cubre parte de mi mejilla y baja por el cuello. Me llaman "el chico del mapa", como si mi piel fuera un territorio ajeno, algo que cualquiera puede observar, juzgar, señalar. Uso sudaderas grandes, casi siempre negras, para esconderme del mundo.
No me gusta que me miren. Pero contigo, Liora, siento que puedo ser transparente. Quizás porque no me ves, o quizás porque contigo no importa cómo me veas.
—Dante
(P.D.: Como dijo alguien una vez, "El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional". Tal vez tengas razón. Tal vez podamos ayudarnos mutuamente a sobrevivir. Y en el proceso… tal vez podamos aprender a vernos como realmente somos.)