«Bajo la tormenta, la estrella no desaparece: espera.
Y cuando dos realidades se tocan, el árbol despierta, y el universo aprende a respirar de nuevo.»
EL ÁRBOL QUE FLORECE ENTRE EL CAOS
La lluvia dibujaba caminos plateados sobre el rostro de Dante mientras caminaba hacia el árbol. Por primera vez, no ocultaba la marca roja en su mejilla; las gotas resbalaban sobre ella como mercurio vivo, haciéndola palpitar con un calor extraño.
Y entonces lo vio.
Tres flores blancas habían brotado entre las grietas de la corteza, sus pétalos translúcidos pulsaban con destellos dorados, al ritmo de su propia respiración. Al acercarse, el zumbido familiar de los engranajes del colibrí mecánico resonó en sus huesos.
—¿Liora...? —susurró, extendiendo la mano.
Con dedos temblorosos, arrancó la flor más pequeña, sintiendo cómo sus raíces se resistían, como si estuvieran conectadas a algo más profundo. Antes de guardar el diario en el hueco entre las raíces, colocó la flor entre sus páginas.
El libro convulsionó en sus manos.
Un holograma del colibrí mecánico emergió, pero esta vez no era solo luz: la flor se integró a la proyección, dando forma a un ave de pétalos y engranajes que trazó en el aire un símbolo desconocido antes de desvanecerse.
EL SUEÑO QUE TRASPASA REALIDADES
El desierto de páginas quemadas los recibió con su silencio eterno. Dante corrió hacia Liora, la flor blanca aún aferrada en su puño.
—¡Tu cicatriz! —exclamó, presionando el pétalo contra la quemadura de ácido en su brazo.
Las runas doradas brotaron, pero esta vez Liora no se limitó a observar. Con determinación, sacó de su bolsillo la última gema de energía pura de Aetheris, un cristal del tamaño de una moneda que contenía el último suspiro de magia de su mundo.
—Para equilibrar el intercambio —dijo, y lo colocó sobre el lunar rojo de Dante.
El cristal se derritió, pero no desapareció: se reconfiguró en un objeto imposible de describir. Cambiaba en todo momento —por instantes esférico, luego en formas geométricas que no pertenecían a nada que hubieran visto antes— una estructura perfecta que brillaba al ritmo del corazón de Dante.
Desde su núcleo, el mapa estelar se proyectó, mostrando constelaciones desconocidas... hasta que una luna y sus coordenadas destacaron entre todas.
—Espera —Liora contuvo el aliento—. Esa órbita...
La luna no estaba lejos de Aetheris. De hecho, según las coordenadas que ahora titilaban ante ellos, se hallaba dentro del rango de los transportes de emergencia arcaicos de su pueblo.
Al despertar:
Dante encontró la flor marchita en su mano, pero ahora sus venas brillaban con el mismo patrón del cristal transmutado.Liora tenía arena negra en los zapatos... y un fragmento de la luna desconocida incrustado en su palma, frío como el espacio.
Mientras el reactor de Aetheris emitía sus últimos estertores, la mano de Dante trazaba líneas febriles en su cuaderno de física. No eran simples notas de clase: dibujaba con precisión quirúrgica las coordenadas que había visto en el sueño compartido, junto a diagramas de sistemas de enfriamiento que nunca había estudiado.
Su profesor, el señor Kovacs, un hombre de cabello cano y ojos que habían visto demasiado, se detuvo detrás de él. La tiza que sostenía cayó al suelo y se hizo añicos.
—Dante... —su voz era apenas un susurro—. ¿Cómo sabes estas coordenadas?
El aula quedó en silencio. Todos los ojos se volvieron hacia ellos.
—Son... solo números —murmuró Dante, sintiendo cómo la marca en su mejilla ardía.
Kovacs arrancó el cuaderno de sus manos, pero en lugar de enfurecerse, palideció. Sus dedos temblaron sobre las coordenadas.
—Dante... —su voz era un hilo—. Esto no es teoría. Es un lugar real. Europa lo tiene tatuado en el hielo... Y solo unos pocos lo sabemos.
Dante contuvo el aliento. El profesor no hablaba como un maestro, sino como un cómplice
El reloj de pared marcaba los segundos con tic-tacs que resonaban como martillazos. El profesor miró directamente la marca roja de Dante, y por primera vez, el viejo científico pareció asustado.
—¿Quién te mostró esto, muchacho? Estas cifras... coinciden con anomalías térmicas que solo conocemos desde hace seis meses. Anomalías que... —tragó saliva— que muestran patrones geométricos bajo el hielo.
El cuaderno cayó sobre el escritorio con un golpe sordo. La campana sonó y Dante, en un solo movimiento, se puso de pie y lo recogió. Sabía que tenía sentido, pero aún no entendía nada.