Capítulo 9: Sembrando estrellas

"El archivo olía a polvo y derrota."

Liora pasó los dedos sobre la pantalla agrietada, haciendo brillar líneas de texto entre la estática. Los registros de las cápsulas Éxodo se desplegaron ante ella como un testamento de esperanzas abandonadas. Nombres, coordenadas, estados de mantenimiento. Todos marcados con el mismo sello escarlata: DESTRUIDO. EN USO. PERDIDO.

Hasta que llegó al final de la lista.

ÉXODO-7.

Almacenada en el Sector Omega-9. Tres ciclos atrás. Nunca recuperada.

El corazón le dio un vuelco, un dolor crudo que recorrió su pecho. Había llegado hasta allí, hasta este rincón olvidado del universo, por esa cápsula. Porque la única opción de seguir viva, de cumplir con la promesa de encontrar algo más, era arriesgarlo todo. Y lo había hecho antes, había cruzado límites en busca de algo que podía ser... solo podía ser...

El vehículo de mantenimiento crujió al arrancar, como un anciano cuyas articulaciones protestaran ante el movimiento. Liora ajustó los mandos con dedos que no temblaban, aunque por dentro sintiera el vértigo de la apuesta.

—Cuarenta por ciento de batería —murmuró Varn desde la escotilla, su rostro surcado por las sombras del hangar—. No te alcanzará para volver.

—No pienso volver sin ella.

El traje de exterior le pesaba como una segunda piel metálica, demasiado densa, casi inhumana. Respiró hondo, sintiendo el aire frío del sistema de filtros que circulaba por su cuerpo, tratando de calmar la ansiedad creciente. Cuatro horas. Eso era todo lo que tenía si el vehículo fallaba.

El exterior la recibió con un silencio de tumba.

Aetheris se extendía ante sus ojos, un cadáver de metal y cristal. Torres derrumbadas como huesos quebrados. Tuberías reventadas que sangraban vapor congelado. El vehículo avanzó entre los escombros, cada sacudida resonando en sus huesos. En el kilómetro seis, encontró los primeros cadáveres.

Tres trajes vacíos, abrazados entre sí frente a una grieta en el suelo. Sus viseras reflejaban aún el brillo de su pantalla de diagnóstico. Liora no se detuvo. No podía permitírselo. Tenía que seguir adelante, tenía que encontrar la cápsula. Tenía que encontrar una salida. Algo. Cualquier cosa.

La batería marcaba 18% cuando Omega-9 apareció en el horizonte.

La cápsula era un fantasma plateado entre las sombras.

Semi-enterrada bajo los restos de una torre de comunicaciones, la Éxodo-7 parecía más un sarcófago que una nave. Pero cuando Liora puso las manos sobre su escotilla, sintió el leve zumbido de sistemas que aún soñaban con funcionar. El sonido bajo sus dedos era como un suspiro apagado de esperanza. Una promesa no cumplida.

El interior olía a aceite viejo y esperanza.

Luces de emergencia parpadeaban en el techo, iluminando bancos de crisoles de Ascensión que brillaban como ojos en la penumbra. El panel principal respondió a su toque con un gruñido de estática, pero las lecturas eran claras:

SOPORTE VITAL: OPERATIVO.

TERRAFORMADOR: DAÑADO PERO REPARABLE.

BANCO DE MEMORIAS: INTACTO.

Liora dejó escapar un suspiro de alivio que llevaba reteniendo desde que salió del hábitat. Si eso era lo único que había logrado, al menos se había asegurado de que las memorias de aquellos que quedaban atrás, de aquellos que se habían sacrificado, no se perdieran.

Entonces el vehículo de mantenimiento emitió su último suspiro.

El pitido agónico de la batería agotada cortó el silencio. Fuera, las luces del VEM-44 se apagaron una por una, como estrellas muriendo al amanecer.

No había vuelta atrás.

La voz de Varn llegó distorsionada por el radio:

—¿Funciona?

Liora miró alrededor. La cápsula era un milagro oxidado, pero era su milagro. Lo único que quedaba, lo único que podría devolverle la esperanza, lo único que podía llevarla más allá.

—Sí.

El silencio que siguió pesó más que todo el vacío de Aetheris. El rugido de la cápsula, con su potencia oxidada, era lo único que rompía la quietud del desierto.

—Hay un protocolo —dijo finalmente Varn—. Para lanzamientos de emergencia.

Liora cerró los ojos. Sabía lo que eso significaba. Sin torre de control. Sin verificación de sistemas. Un disparo a ciegas hacia lo desconocido.

—Calcula la trayectoria —respondió, y su voz no vaciló—. Voy a necesitar las coordenadas exactas de Europa.

Mientras Varn trabajaba en el hábitat, Liora se deslizó en el asiento del piloto. Sus dedos trazaron los controles, despertando sistemas que no se usaban desde antes de que ella naciera. En la pantalla, un mapa estelar parpadeó, mostrando un camino entre las estrellas.

Un camino que terminaba en una luna con océanos ocultos bajo el hielo.

El lugar donde Dante había visto los hexágonos perfectos.

En otro mundo, en otro tiempo:

Dante despertó con un jadeo, la marca en su mejilla ardiendo como hierro al rojo.

En su mano, un pedazo de tela áspera manchada de aceite. En el diario, palabras que no había escrito:

"Me voy a las estrellas, Dante. Espérame donde los mundos sangran."

Y debajo, como un secreto compartido, las coordenadas exactas de un punto bajo el hielo de Europa.

Donde algo esperaba.

Algo que brillaba al ritmo de sus corazones entrelazados.

Liora se acomodó en el asiento de la cápsula, su mirada fija en la pantalla que mostraba las coordenadas de Europa. Las estrellas parpadeaban ante ella como un tapiz lejano, y en su pecho, el latido de su corazón parecía resonar con el zumbido bajo de los motores que empezaban a cobrar vida. Era el único camino posible, la única opción que quedaba. Sin embargo, justo antes de activar la secuencia de lanzamiento, algo cambió en el aire.

Un susurro. Apenas un suspiro, como si el viento de otro mundo estuviera acariciando su rostro. Su mano se detuvo, suspendida sobre el panel de control, y cerró los ojos por un momento. ¿Era real? ¿O solo una ilusión nacida del cansancio? Lo sintió de nuevo, esta vez más intenso, más urgente. Como si alguien estuviera llamándola, pero no con palabras, sino con una presencia intangible, una vibración que recorría su piel, atravesando la cápsula y envolviéndola por completo. Un estremecimiento la recorrió.

—No... —murmuró, como si intentara deshacerse de la sensación que la envolvía—. No puede ser.

El cristal de control se iluminó bajo sus dedos, como si la cápsula misma respondiera a esa misma fuerza invisible. En su mente, una imagen fugaz cruzó su conciencia: Dante. No estaba en la cápsula, no estaba cerca de ella físicamente, pero su presencia, como un eco de algo lejano y profundo, la alcanzó. Una frágil conexión, como si él estuviera allí, con ella, al otro lado del abismo entre mundos.

El sistema de lanzamiento esperaba su confirmación. Pero Liora dudaba. Algo no estaba bien. La distancia entre ellos, el espacio y el tiempo, parecía de repente intrascendente. El destino que había elegido no era solo suyo; su viaje, su sacrificio, no pertenecía solo a ella.

Sacudió la cabeza, tratando de despejar las dudas. No podía permitirse ser débil. Había tomado una decisión, no había vuelta atrás

Pero mientras presionaba el botón de lanzamiento, una pregunta flotaba en su mente, no del todo comprendida, pero presente: ¿realmente estaba eligiendo su camino, o estaba siguiendo un camino que alguien más había trazado para ella?

Con un último suspiro que se perdió en la vastedad del vacío, la cápsula comenzó a elevarse. Y, en el rincón más profundo de su ser, Liora no pudo evitar sentir que algo, o alguien, la observaba. La conexión con Dante, aunque lejana e indefinida, se mantenía. Quizás más fuerte, más real, de lo que jamás hubiera imaginado.

La cápsula desapareció en el abismo del espacio, llevándose consigo todas las respuestas que aún no sabía que necesitaba.