Capítulo 20 – “Donde el amor aterriza”

El cielo de Londres estaba gris, como en todas las postales que Joaquín había visto en su vida. Pero ese día, el gris le parecía un color perfecto, porque el mundo no tenía que brillar: ya brillaba él por dentro.

El avión tocó tierra con un leve sacudón y una lágrima solitaria resbaló por su mejilla. Era la última que derramaría por la distancia.

Con su mochila al hombro, caminó lento por el pasillo del aeropuerto. El corazón le latía como un tambor. Cada paso, una afirmación. Cada inhalación, un cierre y un comienzo.

Al cruzar la puerta de llegada, lo vio. Eliot. Esperando, como si el tiempo no hubiera pasado nunca. Con el mismo brillo en los ojos. Con el mismo temblor en los labios.

Y esa sonrisa…

No hablaron. No hizo falta.

Joaquín soltó la mochila y corrió.

El abrazo fue largo, casi eterno. Como si quisieran coser cada pedazo de ausencia con ese contacto. Las lágrimas brotaron, y la gente alrededor miraba, sonriendo, conmovida. Pero ellos no veían nada. Solo estaban ellos.

—Viniste… —susurró Eliot, con la voz quebrada.

—No. Me quedé —respondió Joaquín—. Vine para no irme más.

Eliot se rió entre sollozos.

—¿Estás seguro?

—Estoy vivo. Estoy contigo. Eso es todo lo que sé y todo lo que necesito saber.

Caminaron por las calles de la ciudad que Joaquín apenas conocía, pero que sentía como suya. Todo era nuevo, pero nada era ajeno. Porque Eliot tomaba su mano con fuerza, guiándolo, mostrándole el camino.

Esa noche, en el pequeño departamento que ahora sería de ambos, se sentaron en el suelo, rodeados de cajas, con dos copas de vino baratas y una playlist sonando bajito.

—¿Sabés qué me dijo un amigo una vez? —dijo Joaquín—. Que cuando uno ama con el alma, el amor encuentra el modo.

—Ese amigo es sabio —respondió Eliot, acercándose.

Y se besaron. Sin prisa. Sin miedo. Con la certeza de que esta vez, el amor había vencido a todo.

La historia de Joaquín y Eliot no termina ahí.

Solo empieza.

Porque el amor verdadero no necesita grandes promesas. Solo decisiones valientes.

Y esa noche, bajo las luces tenues de Londres, Joaquín eligió el amor.

Eligió quedarse.