Todo parecía tranquilo, pero el ambiente en la ciudad era extrañamente hostil. Mientras caminaban entre calles apagadas, Cárter le preguntó a Alis:
—¿Dónde están el rey, la reina… y mis padres?
Ron, que los acompañaba en silencio, pensaba para sí: "No puedo creer que estos vengan del espacio... pero se ven igual que un humano, aunque más altos. Bueno… ese Cárter no estaba tan loco después de todo."
Alis bajó la mirada, con dolor en los ojos.
—Están en la nave. Intentamos escapar, pero nos descubrieron. Tu padre… Kael, el legendario Fénix… él nos salvó a todos, sacrificándose para darnos una oportunidad. Pero todos quedaron atrapados allí. Por favor, Cárter, tenemos que salvarlos.
Cárter no dudó ni un segundo.
—No tienes que pedírmelo… los salvaría mil veces si fuera necesario. Pero… ¿cómo viajamos al espacio? Es peligroso y complicado llegar tan lejos desde este mundo.
Mientras ellos planeaban su próximo paso, algo se aproximaba desde las estrellas.
Muy lejos de la Tierra, la cápsula de Reimon atravesaba la atmósfera de su planeta natal. Al mirar por la escotilla y ver los paisajes familiares, una mezcla de alegría y tristeza lo invadió. Pensaba en el sacrificio de Kael…
La cápsula impactó suavemente contra la arena caliente. Reimon salió, cubriéndose del sol abrasador, y comenzó a caminar sin rumbo. Después de un rato, llegó a un pueblo escondido entre dunas: Aspis.
Aspis era un lugar de arquitectura desértica, donde la tecnología y lo ancestral convivían. Torres de piedra con energía solar se alzaban entre las casas, y en el corazón del pueblo se alzaba el Templo de la Serpiente: un santuario construido en honor a la fundadora del pueblo, una serpiente gigante que vivió miles de años y, en su último aliento, se petrificó, quedando como una estatua sagrada.
Los habitantes del pueblo, reptilianos humanoides de mirada sabia y cuerpos escamosos, reconocieron a Reimon al instante. Había sido dado por muerto… pero ahora volvía.
—¡Reimon! ¡Estás vivo! —gritaron varios mientras lo abrazaban emocionados.
Pero él no respondió. Se liberó con suavidad, caminó hacia un viejo taller y, jadeando, preguntó al mecánico:
—¿Cuánto tiempo tomaría reparar una nave?
—Con repuestos escasos como ahora… tal vez cinco meses —respondió el mecánico, sorprendido.
Reimon golpeó el mostrador.
—¡Cinco meses…! —susurró con frustración—. Pero… tendré que esperar.
Al salir, todos lo miraban con preocupación. Uno se atrevió a preguntar:
—¿Por qué tanto apuro? ¿Por qué volver allá?
Reimon respondió con determinación:
—Porque tengo que salvar a un amigo.
Mientras tanto, en la Tierra, Cárter, Alis y Ron seguían planeando. Ron finalmente dijo:
—Es imposible. No hay una nave tan avanzada en este planeta como para viajar a esa distancia.
Cárter cayó de rodillas. La desesperación le pesaba como una cadena invisible. Había perdido tanto… solo le quedaba Alis. Sabía que su planeta estaba allá arriba… pero era como tener las alas rotas.
Y aun así, una llama seguía ardiendo dentro de el