capitulo:9 Ecos del Silencio

La noche había sido cruel.

Los árboles no se movían, congelados por el aire helado que se colaba entre las hojas secas y los huesos. El fuego se había extinguido hacía horas, y el silencio era tan profundo que el crujir de las ramas sonaba como truenos lejanos. Ron y Cárter dormían cerca uno del otro, cubiertos con mantas delgadas, apenas suficientes para mantener el calor.

Alis fue la primera en despertar.

El frío la obligó a abrir los ojos, y una ligera capa de escarcha cubría parte de su cabello. Se sentó lentamente, abrazándose a sí misma. A su alrededor, el bosque todavía dormía. Las nubes tapaban el amanecer, dejando el cielo en un gris azulado que apenas daba luz.

—Vamos… no puedo quedarme quieta —susurró.

Se acercó a Ron y le dio un empujón suave.

—Ey... despierta, Ron.

Ron gruñó como si aún estuviera soñando con una cama blanda y caliente.

—Cinco minutos más…

—Ni lo sueñes —respondió Alis, medio riendo, mientras se dirigía a Cárter—. Ya es hora.

Cárter abrió los ojos lentamente, su mirada fija en el cielo. Estaba serio, como siempre, pero su voz era suave cuando habló.

—¿Dormiste bien?

—No —respondió Alis con sinceridad—. Soñé que Spacial me atrapaba… que no podía hacer nada.

Ron se estiró, aún adormecido.

—Tranquila. Fue solo un sueño.

Pero Alis no lo veía como solo eso. Aún sentía la energía solar fluyendo por su cuerpo, un poder nuevo que apenas había comenzado a comprender.

—¿Qué pasó después? —preguntó, mirando a Cárter con ojos sinceros—. Cuando me desmayé.

El espadachín bajó la mirada. Le costaba hablar de ese momento. Su voz se volvió grave, como si masticara cada palabra.

—Tuve que intervenir. Spacial iba a matarte. No tuve opción.

—¿Y…?

—Escapó. Se perdió entre los árboles, pero sé que no fue la última vez que la veremos.

Alis suspiró, aliviada pero tensa. El viento agitó su capa mientras sonreía con esfuerzo.

—Lo importante… es que estamos bien —dijo, intentando ver el lado positivo.

Cárter le devolvió una pequeña sonrisa. Ambos se giraron hacia Ron, que ya se había levantado y comenzaba a guardar sus cosas.

—Tenemos que irnos ya —dijo él—. Si no salimos ahora, no llegaremos a la ciudad.

Caminaron por las vías del tren, sus pasos metálicos resonando entre la bruma matinal. A su alrededor, el paisaje se estiraba como un manto gris, salpicado por árboles secos y colinas que apenas se distinguían en la niebla. Tras varios minutos, a lo lejos, un tren apareció entre el humo y la lejanía.

—¡Ahí está! —gritó Alis.

Esperaron el momento justo y, uno por uno, saltaron al interior de un vagón vacío y polvoriento. El tren estaba en mal estado, pero les servía. Lo importante era moverse, alejarse de aquel lugar y llegar a donde pudieran empezar a luchar por los suyos.

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Muy lejos de allí, dentro de la nave enemiga, el ambiente era completamente distinto.

Kael y el rey Solían estaban atrapados en una celda de máxima seguridad. El metal oscuro brillaba con una luz roja tenue. A pesar del encierro, ambos se mantenían de pie, decididos.

En otra celda, igual de fría y cerrada, estaban Lyara, la madre de Cárter, y la reina Áurea. El silencio había reinado durante horas. Pero la reina no aguantó más.

—Debí haber sido una buena madre como tú, Lyara —dijo con la voz temblorosa—. Tu hijo… fue valiente. En cambio, yo a mi hija... la protegía tanto que la asfixié.

Lyara la miró con compasión. No había juicio en sus ojos, sólo comprensión.

—No fuiste mala madre. Solo hiciste lo que creíste correcto… como todas lo hacemos.

Mientras tanto, Kael y Solían comenzaron a entrenar. Usaban el espacio reducido para estirarse, hacer fuerza, mantenerse activos.

—Cuando llegue el momento —dijo Kael, sudando—, estaremos listos.

—Sí —asintió el rey—. No moriremos encerrados.

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En el planeta Aspis, Reimon estaba arrodillado frente al altar de la Gran Serpiente petrificada. Era la estatua de la fundadora del pueblo, un símbolo de poder y resistencia. Cerró los ojos y murmuró una plegaria.

Luego se puso de pie, su capa ondeando con el viento seco. Caminó hacia el taller donde los ingenieros reptilianos trabajaban sin descanso.

La cápsula en la que había llegado estaba siendo modificada: le habían instalado un sistema de navegación, controles para aterrizaje manual y un par de armas láser montadas en los costados.

Reimon observó en silencio, hasta que sus pensamientos lo alcanzaron.

—¿Y si ya están muertos…? —murmuró.

El miedo lo invadió como un veneno, pero lo rechazó con fuerza.

—No importa. Iré de todos modos. Aunque me cueste la vida… esa nave caerá.

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En lo alto del tren, Ron y Cárter estaban ahora sobre el techo de metal. El viento los golpeaba con fuerza, y el cielo gris parecía apretar el mundo con su peso. La ciudad aún estaba lejos, pero sabían que se acercaban.

El silencio era casi pacífico… hasta que Cárter se puso tenso.

—¿Viste eso?

Ron miró hacia atrás. Entre los árboles, una figura saltaba entre ramas, avanzando con una agilidad antinatural. Una silueta oscura, con una mirada fija.

—Nos sigue desde hace rato —dijo Cárter.

Ron entrecerró los ojos… y su rostro cambió.

—Ya sé quién es…

Cárter lo miró con asombro.

—¿Quién?

Ron bajó la cabeza. No quería decirlo, pero ya no podía evitarlo.

—Es… mi hermano. Nos está cazando.

El tren siguió avanzando, ajeno a los corazones que comenzaban a latir más rápido.

Fin del capítulo.