Capítulo 2: El adiós del delincuente… o algo así

El aire matutino estaba impregnado del perfume de flores encantadas y pólvora mágica aún reciente. A lo lejos, los muros de mármol del Castillo Zevalen brillaban como si nada hubiera pasado… lo cual, para estándares Zevalen, era mentira.

El carruaje de la Academia Real de Magia, un vehículo flotante con grabados dorados y gemas que levitaban a su alrededor como satélites mágicos, esperaba en la entrada principal. Tirado por dos grifos alados con armaduras ceremoniales, el conjunto imponía respeto… al menos hasta que Dargan apareció caminando despreocupadamente con su chaqueta desabrochada y un bolsón mágico colgando de un solo hombro.

—Listo para causar una buena primera impresión —dijo, haciendo girar su varita entre los dedos como si fuera una navaja.

En la escalinata, su familia lo observaba. La escena parecía salida de un cuadro: elegante, compuesta… y tensa como una cuerda de arco.

Celene, con los brazos cruzados, lo miraba como si aún procesara la explosión matutina.

Leorn, como siempre, con una taza de té flotando a su lado, no podía ocultar su sonrisa.

Lord Arvain, serio, con las manos detrás de la espalda.

Lady Mireya, con su clásica sonrisa suave, pero de esas que hacen sudar a los diplomáticos.

Y Edgar, el mayordomo, cargando una pila de pergaminos sellados y una maleta que probablemente contenía equipo de contención mágico, por si acaso.

—Dargan —empezó su padre, con voz grave—. La Academia Real es un lugar donde se forjan los futuros líderes del reino. Conoces el peso del apellido Zevalen…

—Y también el peso de las expectativas, lo sé, padre. Pero tranquilo —dijo Dargan con una media sonrisa mientras giraba su arete entre los dedos—, voy a destacar. Tal vez no como esperan… pero destacaré.

Lord Arvain suspiró. No dijo más. Había aprendido que con Dargan, menos palabras era mejor estrategia.

Lady Mireya se acercó un poco más y acomodó su cabello.

—Hijo… no arruines el comedor de la academia el primer día. Al menos espera al segundo. —Su tono era tan dulce como ácido.

—No puedo prometerlo, pero lo intentaré con todas mis fuerzas —respondió él con una reverencia teatral.

Celene bajó los escalones de dos en dos, deteniéndose frente a él.

—Escucha bien, Dargan. Si causas un escándalo, me enteraré. Si te expulsan, iré por ti. Y si haces que la familia quede en ridículo…

—…me matas, sí, sí. Lo tengo anotado desde que tengo uso de razón.

Ella lo miró. Él le sostuvo la mirada… y entonces, para sorpresa de todos, Celene le revolvió el cabello con un gesto fugaz.

—Pórtate mal, pero con estilo.

—Ese es mi idioma, hermana.

Leorn se acercó después, con su eterna tranquilidad. Le dio un golpecito en el hombro.

—Recuerda: si estás en problemas, sonríe como si lo hubieras planeado todo. Y si no funciona, corre.

—Consejo de hermano sabio.

—O perezoso —bromeó Leorn.

Por último, Edgar le entregó una carpeta negra con el sello de la familia.

—Aquí están tus documentos oficiales, permisos, manual de conducta y… una lista de cosas que no debes incendiar.

—¿Está numerada?

—Está clasificada por niveles de riesgo.

—Eres un genio, Edgar.

—Lo sé, joven maestro.

Dargan miró a su familia una vez más. Por un instante, bajó la mirada. No por miedo o arrepentimiento… sino por algo que no mostraba tan fácilmente.

—Gracias… por aguantarme.

Un silencio breve. Luego Mireya sonrió.

—No es aguantar, Dargan. Es parte del contrato de tenerte como hijo.

Él sonrió. Esta vez, más sincero.

Subió al carruaje, lanzó su bolso hacia un asiento, y se asomó por la ventanilla.

—¡Nos vemos en las noticias, familia!

—¡Por favor que no sean noticias criminales! —gritó Celene desde abajo.

El carruaje se elevó con elegancia, las alas de los grifos batiendo con fuerza mágica. Dargan se recostó en el asiento mientras el castillo se hacía más pequeño en la distancia. Su sonrisa volvió.

—Academia Real de Magia… prepárate para mí.

Y en ese momento, en algún rincón del reino… un gato aún en llamas corría por el bosque.

Fin del capítulo.