La guerra había forjado a Alexander Yavin. Pero fue la política lo que lo transformó en algo más.
Después de la muerte de Alaric Vossen, Alexander no se rindió. No se quebró. Se volvió más frío, más metódico. Comprendió que la integridad sin poder no servía de nada. Vossen había sido un reformista honorable, y por eso lo habían destruido. Él no cometería el mismo error.
En la academia, Alexander comenzó a construir en silencio. No buscaba amigos. Buscaba soldados. Voluntades. Semillas.
Allí conoció a Leon Varne, un cadete expulsado temporalmente por denunciar una red de corrupción interna. Lo reintegró en secreto, usando su propia influencia, y lo convirtió en su primer aliado.
Luego a Cassandra Lehn, una fiscal militar relegada por intentar procesar a un almirante corrupto. Y a Taro Dessen, un genio logístico que casi murió cuando se negó a falsificar informes para una operación política. Con cada uno de ellos, Alexander fue tejiendo una red de lealtades. No basada en afecto. Basada en visión. En propósito.
La humanidad estaba rota. Pero los fragmentos podían ser moldeados. Si sabía cómo fundirlos.
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Los años grises
Durante sus primeros años como oficial, Alexander aceptó los peores destinos. Frentes inestables, colonias abandonadas, misiones suicidas. Sabía que esos lugares eran puntos ciegos del sistema, donde los reportes llegaban tarde y las decisiones eran locales.
En cada uno de esos destinos, Alexander aplicaba un mismo patrón: restauraba el orden sin recurrir a la brutalidad. claro no era facil poner orden en colonias donde la población se comportaba como animales, reorganizaba los recursos, castigaba la corrupción local con "accidentes logísticos", y lo más importante: reclutaba. No públicamente. Siempre bajo la lógica del mérito, del silencio, de la discreción.
Cada subordinado que demostraba visión y disciplina era identificado y probado. Los que resistían, eran anotados. Los que aceptaban, integraban el primer nivel de su red. Para cuando fue ascendido a comandante, ya tenía un pequeño cuerpo de oficiales jóvenes leales a su causa. Y más importante aún: invisibles para el sistema.
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Los Fragmentos del Legado de Vossen
Tras la purga de su mentor, Alexander comenzó a buscar los rastros que este había dejado atrás. Vossen no era ingenuo. Sabía que su lucha era arriesgada. Había codificado archivos, dispersado informes, y dejado mensajes cifrados en servidores obsoletos de la flota.
Alexander pasó años reconstruyendo ese rompecabezas. Encontró cartas dirigidas a antiguos colegas, diarios militares con anotaciones en clave, e incluso grabaciones encriptadas. Descubrió que Vossen había intentado reunir una red de reformistas que pudiera operar fuera del control del Senado o del Alto Mando, pero nunca logró consolidarla.
Usando esos cimientos, Alexander diseñó algo nuevo: una red que no lucharía contra el sistema desde afuera, sino que lo asimilaría desde dentro. Cada base, cada nodo logístico, cada comandante desplazado injustamente fue convertido en una pieza de esa estructura.
La llamó provisionalmente: Red Aegis.
Funcionaba bajo cuatro principios:
1. Lealtad al futuro, no al presente.
2. Silencio operativo.
3. Meritocracia implacable.
4. Acción sobre doctrina.
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La doble cara del ejército
Mientras ascendía por méritos, Alexander supo cómo moverse en el entorno político podrido que lo rodeaba. Simuló alianzas con senadores menores, protegió a ciertos oficiales influyentes para que sus propios protegidos fueran ascendidos, y ofreció resultados espectaculares en las zonas más conflictivas.
Creó una imagen pública impecable: el joven oficial brillante, pragmático, centrado. De hecho, sus enemigos solían calificarlo de aburrido o frío. Lo subestimaban.
Eso le permitió tiempo. Y el tiempo fue su arma más letal.
Cada año, una nueva célula de su red era activada: en sistemas de administración, en centros de mando, en agencias técnicas. Cada una con roles reducidos, sin contactos entre sí, pero todas con una línea de pensamiento común: la era del caos debía terminar.
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Los primeros ensayos
Antes de la caída oficial del Consenso, Alexander puso a prueba su red en tres eventos clave:
1. La Revuelta de Vartonis Prime: una rebelión minera que amenazaba con escalar. Alexander se ofreció como mediador. Neutralizó a los cabecillas en una operación quirúrgica, ofreció una reestructuración administrativa, e instaló una nueva autoridad compuesta por oficiales de su red. Nadie lo notó.
2. El Saqueo de Persei Delta: cuando piratas destruyeron un convoy comercial en un sector aislado, Alexander utilizó su influencia para declarar zona crítica, desplazó unidades especiales, y estableció un corredor protegido que luego usó para redirigir recursos hacia zonas clave de su red.
3. El Colapso de Harven: una colonia científica donde un virus experimental causó caos. Alexander envió una unidad médica propia antes de que el gobierno reaccionara. Salvó miles. La colonia lo proclamó su defensor. En secreto, sus científicos se unieron al diseño de nuevas tecnologías civiles y logísticas que luego serían clave para la Agencia.
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La Estrategia Invisible de Alexander
Mientras los ojos del mundo se posaban en maniobras militares, lo verdaderamente revolucionario ocurría en otra dimensión: la económica. Alexander sabía que los imperios no se sostienen únicamente con soldados y banderas, sino con estructuras invisibles que moldean la economía, la percepción y el orden social.
Así nació el Crédito Estelar Unificado (CEU), una moneda única diseñada no solo para facilitar las transacciones entre planetas humanos, sino para simbolizar la unidad económica de la especie. Cada CEU estaba respaldado por recursos estratégicos y emitido exclusivamente por la nueva Autoridad Monetaria Interplanetaria, una institución autónoma pero leal a la Agencia de Coordinación Interplanetaria.
Con esta moneda, Alexander rompía con los bancos centrales corruptos de los viejos gobiernos y anclaba el nuevo orden a un modelo funcional, autónomo y legítimo.
Pero Alexander no podía simplemente reemplazar las viejas estructuras sin eliminar a quienes las controlaban. Sabía que los antiguos bancos centrales estaban dirigidos por élites financieras incrustadas en el aparato político y militar, protegidas por décadas de favores y corrupción. No podía atacarlos directamente: debía hacer que su poder se evaporara.
Primero, utilizó su red de inteligencia para recolectar pruebas de evasión fiscal, manipulación de activos, lavado de dinero y financiación de grupos disidentes. Estas pruebas fueron entregadas discretamente a fiscales coloniales, jueces reformistas y medios de comunicación independientes que simpatizaban con la nueva administración. En cuestión de semanas, los nombres más influyentes en la banca interestelar comenzaron a figurar en investigaciones criminales o a sufrir bloqueos judiciales.
Segundo, Alexander ofreció a algunos banqueros selectos amnistía temporal y cargos técnicos en la nueva estructura monetaria, a cambio de colaboración absoluta. Los que aceptaron, fueron vigilados. Los que no, fueron desprestigiados públicamente, silenciados, o desaparecieron discretamente.
Finalmente, con la creación del CEU, todos los contratos financieros entre colonias y corporaciones fueron redirigidos exclusivamente a la Autoridad Monetaria Interplanetaria, vaciando de poder real a las antiguas entidades financieras. A ojos del público, la transición fue técnica. Pero detrás de escena, fue una depuración quirúrgica.
En paralelo, impulsó el Índice de Eficiencia y Consolidación Interestelar (IECI), un sistema de calificación para todas las colonias humanas. No solo medía productividad, sino lealtad, gobernanza, eficiencia logística y cohesión social. Las colonias con alto IECI recibían beneficios directos: protección, inversión, autonomía. Las que no, eran reestructuradas o intervenidas.
El CEU y el IECI no fueron simples reformas. Fueron armas silenciosas, tanto o más poderosas que cualquier flota.
Pero Alexander sabía que para que esas armas funcionaran, debía asegurarse de que nadie pudiera neutralizarlas.
El viejo poder aún respiraba. Senadores, almirantes, magnates, burócratas con décadas de influencia. Muchos no confiaban en él. Otros ya lo temían. Pero el temor no bastaba: necesitaba control. Y no podía permitirse errores.
Comenzó a aplicar lo que aprendió en sus años más crudos: la presión precisa, la amenaza calculada, el chantaje discreto. Tenía archivos, escuchas, transacciones ocultas. Sabía quién tenía amantes ilegales, cuentas en paraísos fiscales, conexiones con insurgentes o incluso crímenes de guerra encubiertos.
A cada pieza clave del sistema les llegó una visita, un mensaje, o una muestra de que ya no estaban fuera de su alcance. Algunos recibieron ofertas: cargos en el nuevo orden a cambio de lealtad inmediata. Otros simplemente desaparecieron. Quienes se resistían, eran lentamente despojados de poder, o quedaban aislados políticamente hasta volverse irrelevantes.
Alexander también fue más lejos cuando fue necesario. Hubo ocasiones en las que familias completas fueron usadas como escudos o monedas de presión. A veces, una amenaza velada bastaba. Otras, una tragedia "accidental" hablaba por él.
No se regodeaba en ello. Pero tampoco se arrepentía. Porque comprendió que el poder no se consolida con bondad. Se consolida con precisión, miedo y utilidad.
Y aún no era dictador.
Pero ya nadie podía ignorarlo.