Cazadores en la oscuridad

 Lobos. ¿Cómo diablos pudo olvidarse de algo tan obvio?

Joshua quería abofetearse. Era lógico que un depredador se sintiera atraído por el olor a sangre de la rata que desolló. Aunque enterró las vísceras, no fue suficiente para el olfato de estas bestias.

Debieron haberse ido de ahí. Tal vez así no los habrían atacado.

Los lobos simplemente irían a desenterrar los despojos de la rata.

Inhaló y exhaló. Tenían que ver cómo ahuyentarlos y tratar de salir de allí.

Tanya parecía bastante tensa. Joshua intentó preguntar. Con voz temblorosa, ella trató de explicar.

Aunque tomó más tiempo de lo normal, al final entendió. Entre casi sollozos, Tanya le dijo que eran lobos. Muy peligrosos. Eran casi indetectables en las noches oscuras. Y muy agresivos.

Una doble patada en la entrepierna, la verdad.

Era una noche sin luna. No tenían linternas y no eran muy buenos peleando. Sin olvidar que no tenían armas reales con las que defenderse.

Las tácticas con las ratas no serían útiles. Y tratar de alimentar a un lobo con un chocolate era tonto. Lo más probable es que prefirieran un brazo o un torso.

Joshua apretó el cuchillo de Tanya. Samuel se acercó más al fuego. Tanya también. Era la única fuente de luz.

Los lobos parecían caminar alrededor. Tal vez buscando alguna apertura, tal vez al eslabón débil. O simplemente querían cansarlos y atacar cuando bajaran la guardia.

Sea lo que sea, parecía funcionar. Al menos en Tanya. El arco en su mano empezó a temblar. La flecha salió disparada, insertándose en un árbol cercano.

Los lobos tomaron esto como señal.

Se abalanzaron sobre ellos.

No... para ser más precisos, sobre la fogata.

Al parecer, eran mucho más listos de lo que ellos pensaban.

Querían eliminar la única fuente de luz y cazarlos en la oscuridad.

 

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Lobos, lobos, lobos. ¿Por qué diablos tenían que ser lobos? ¡¿Por qué no fue un puma o un tigre?!

Samuel estaba más ansioso que Tanya y Joshua combinados.

No se lo había contado a nadie. Pero él le tenía miedo a los perros. Y los lobos eran prácticamente perros… más grandes y violentos. Pero perros.

Su miedo no empezó con una historia dramática. Simplemente visitó a un amigo en la secundaria. Él tenía un husky. Samuel lo molestó mucho. Y el maldito perro lo atacó. Estuvo enganchado a su tobillo durante casi diez minutos.

No importaba cuánto lo sacudió o golpeó. El maldito animal no lo soltaba. Tuvieron que traer a los bomberos. Al parecer la mandíbula del perro estaba acalambrada. Por eso no podía soltarlo.

Tuvo que mentirles a sus padres y a Josh, diciendo que se había caído y torcido el tobillo, y por eso las vendas.

Solo recordar esas malditas inyecciones antirrábicas le hacía doler el trasero.

Ahora cinco o seis huskies monstruosos lo miraban desde el bosque. Estaba aterrado.

Cuando saltaron sobre ellos, agarró lo primero que encontró para defenderse: una rama encendida de la fogata.

Samuel no tomó en cuenta que estaba muy caliente, así que terminó quemándose la mano y arrojando la rama en llamas.

Para la sorpresa de todos, la rama fue a caer a la carreta rota. Ya fuese por las polillas, o la vejez de la madera… esta se encendió en poco tiempo, con una llama furiosa, iluminando todo.

—¡Bien pensado, idiota! ¡Ahora podremos verlos mejor!

Su hermano lo felicitó mientras recogía lo que parecía ser la piel de la rata y la envolvía en su brazo. Samuel no entendía por qué lo felicitaba. Solo siguió a Joshua y Tanya más cerca de la carreta.

Así, con la carreta encendida a sus espaldas, empezaron el enfrentamiento contra esos malditos perros.